CAMINOS IBEROS

domingo, 8 de septiembre de 2019

Crónica de viajes : F. H. Deverell en Elche

Entresacada de la obra Murcia en los viajes por España del erudito y bibliófilo Antonio Pérez Gómez, se encuentra esta crónica de la estancia en Elche del viajero inglés F. H. Deverell. El texto resulta conocido y está accesible en digital en al menos dos instituciones, con enlace:
1.-  La revista MurgetanaLa obra apareció primero entre 1959 y 1963 en 10 entregas en dicha revista. Las ediciones posteriores en formato libro (4 más o menos que yo sepa) reproducen en su totalidad las entregas de la revista. La entrega VIII está dedicada en su totalidad a exponer el tránsito de Deverell por Elche, Orihuela y Murcia. A modo de introducción el erudito menciona la fuente original en inglés del libro de Deverell y una valoración de su aportación.


Por lo demás, he decidido intercalar algunas imágenes relacionadas con el contenido de los pasajes que menciona y añadir algunas precisiones que resultan cuanto menos interesantes. Así que aquí va:
...
Su autor fué el súbdito inglés F. H. Deverell. Nada nos dicen sobre este personaje los diccionarios bibliográficos que tenemos en nuestra biblioteca aunque esperamos que, antes de dar cabo a este artículo, podremos dar alguna ilustración al lector. El libro, en el que dejó constancia de su viaje por España, se publicó en Londres, en 1884, bajo el título: All round Spain by road and rail, with a short account of a visit to Andorra. Es un volumen en octavo con VIII + 314 páginas. En la portada y como lema figura la siguiente frase: «¿Qué se dice de España?». La obra está cuidadamente impresa y se presenta encuadernada en tela editorial con títulos, en dorado, en lomo y tapa delantera. En la de detrás un bolsillo sirve para guardar el Mapa de España, tomado del de Coello, donde consta, en rojo, la ruta seguida por el viajero. No sabemos que fuese posteriormente editada ni conocemos ninguna otra obra del autor. España no le era desconocida. Había venido a la Península en 1878, según nos cuenta en varias ocasiones, sin que tal viaje diese motivo a relato alguno; vuelve en 1883 en cuyo año, el 5 de mayo, dejó su casa de Cannon Street rumbo a España, a través de Francia, entrando en nuestra patria por la frontera de Cerbére. La ruta que después siguió es: Cataluña, Valencia, Murcia, Andalucía, Extremadura, las dos Castillas, León y, por Pamplona, a Barcelona y Andorra. Deverell era personaje bastante curioso; tenía una auténtica simpatía por España, levantada en su primer viaje y que le hizo regresar disponiendo de más tiempo y con un plan previo para ver lo que deseaba. De aquella primera visita había sacado el vehemente deseo de volver para dedicar algunos días, sin prisa, a ver Valencia, a asistir a alguna sesión del Tribunal de las Aguas, Elche, la «Ciudad de la palmas», Gibraltar, Tarifa con sus mujeres con la cara cubierta al estilo árabe, y «la abominación de la desolación». Extremadura, con sus dehesas y despoblados, sus plagas de langosta, su Mesta para regular el sistema migratorio de los pastores; Astorga con sus maragatos, Roncesvalles y Andorra. Como todo inglés culto, revela conocer la Biblia perfectamente por la frecuencia con que inserta en sus relatos citas del Antiguo y del Nuevo Testamento siempre que la oportunidad se le presenta. Nosotros vamos a respetárselas y, aunque él no nos da su localización, añadiremos, al final, en nota, la procedencia de los pasajes. Se percibe, francamente, su admiración por España, que considera un pueblo de enorme interés, prácticamente inagotable y creando al viajero el problema grave de qué es lo que puede omitirse o qué es lo que puede dejar de ver. Y esto lo dice, no como un lugar común, sino tras enumeración de los encantos que le llevan a formar ese juicio: su lenguaje musical, la solemnidad de sus fiestas religiosas, los gloriosos monumentos, las reliquias del pasado, las riquezas arqueológicas, el esplendor de su arquitectura religiosa, las colecciones pictóricas de Madrid y Sevilla, y todo esto, esparcido por la totalidad de España y ofreciéndose al viajero, en su ruta, ciudades como Córdoba, Granada, Ronda, Elche, Sevilla, Toledo, Valencia, Murcia, Mérida, Barcelona, Burgos, las ciudades amuralladas de Ávila, Jaca y Astorga, el palacio encantado de la Alhambra, el sombrío del Escorial, Montserrat, Roncesvalles... formando un país en que a esas delicias sirve de marco extraordinario un paisaje variadisimo, con escarpadas montañas junto a fértiles valles y a llanuras inmensas y ocupado por un pueblo lleno de maneras y costumbres pintorescas y donde se codean bandoleros y caballistas, toreros y mozas de cántaro a la cabeza, la mantilla y la guitarra, la balada y el romance y el culto al amor; y por un pueblo con una historia, —¡y qué historia!—. que le llevó a ser el más vasto imperio del mundo, de donde partieron a inventar continentes Colón, Cortés y Pizarro, y que dio a luz la Inquisición, la Armada Invencible, las revoluciones internas, los pronunciamientos... Y percibe el progreso de España; el destierro de muchos usos antiguos —la mantilla y la capa—; la mayor libertad, en público, entre los dos sexos; la modernización de la vida en las grandes ciudades, ya muy parecidas a las capitales del mundo más civilizadas... aunque ello signifique la pérdida de la encantadora simplicidad e ingenuidad de antaño, la elevación del coste de la vida, y... aun la adulteración de los excelentes y densos vinos españoles. Aun poniendo de relieve la deficiencia de las comunicaciones en algunas comarcas, encuentra nuestro país bien comunicado y con caminos quizás mejores que los que existen en Inglaterra, y pregona que, salvo en pocas regiones atrasadas, las posadas y fondas son cómodas y acogedoras, los precios moderados y el yantar aceptable. En alguna ruta muy alejada de centros urbanos, hubo días en que de sólo pan y ajos se alimentó, pero se apresura a aclarar que habiendo dispuesto de más tiempo y preparado mejor sus rutas, aun esas incomodidades hubieran sido evitadas. Vamos a ver lo que nos cuenta de nuestras tierras, dando a esta expresión de «nuestras tierras» la extensión que venimos dándole en estos artículos; desde Elche hasta la frontera con Granada.
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Desde Valencia viene a Elche que ansiaba conocer. La bella ciudad emplazada en un verdadero bosque de palmeras y en la que este grácil árbol crece aun en medio de las calles, aun dentro de los patios de las casas. La vista de este paisaje, trae a su memoria la llegada de los israelitas a Elim —primera cita bíblica (1) que hace—, y su maravilla y alegría al encontrarse «con doce pozos de agua y setenta palmeras». Supone Deverell que lo que causaría tal contento, serían los doce pozos de agua que sirvieran a aquietar la torturante sed del desierto, y piensa que los israelitas no hubieran sentido placer mayor en Elche, aun encontrando en él no setenta palmeras sino docenas de millares, porque Elche es una ciudad seca, carente de agua, con un régimen de lluvias escasísimo, donde se pasan meses enteros sin que caiga agua del cielo y donde, según le informa su huésped, hubo ocasión en que transcurrieron siete años sin llover. Está el pueblo en una amplia llanura; pasa por él un río o arroyo, por un barranco profundo, seco las más de las veces, y rodeado de un verdadero bosque de palmeras. Es una ciudad oriental, un verdadero pueblo de Arabia con sus casas moriscas, bajas, cerradas al exterior, con sus tejados planos circundados de antepechos de mampostería, con las escaleras exteriores para subir a las azoteas, con pequeñas torres cuadradas, de vez en cuando, emergiendo entre las viviendas... la gente asomada a los antepechos; muchos tejados adornados con parras; algunas cúpulas esparcidas; una mezquita; una amplia prisión con el signo, en la fachada, de la media luna. Se creería uno en Arabia.
Fuente La mirada de la dama
Hay un solo Elche en Europa, según frase de Ford, (aunque no lo cite Deverell), y como ya nos recordó Edwin Lee en uno de los viajes comentados en esta sección, y, aun en España, Elche es único. Ciertamente que en la península existen bastantes lugares en que crece la palmera, pero en ninguno de ellos lo es con la profusión que en este pueblecito alicantino; en ninguno son tan altas, tan esbeltas, tan frondosas; en ningún sitio se cultivan y cuidan con el esmero y con los excelentes resultados que aquí. Y ciertamente que España tiene bastantes ciudades con carácter marcadamente oriental, pero ninguna ha conservado esas esencias, fisonomía, estado de sus edificios, costumbres, vestimentas, como Elche, que parece detenida en el curso de los siglos, estancada, sin que los años pasen por ella, alejada de todas las mutaciones que el progreso lleva consigo.
Las palmeras de Elche son de las que producen dátiles y las hay por todas partes. Pero lo digno de verse son los conjuntos que se crían en huertos, cerrados como jardines, cultivados con esmero, donde las plantaciones han sido hechas con rigor y método, en hileras ordenadas, con hondas regueras para conducir el agua escasa y poder regarlas y con todo lo que revela un cuidado atento y sistematizado. Tienen unos sesenta a cien pies de altura, viven centenarias y llegan lozanas hasta la vejez dando frutos y cumpliendo con su cometido hasta en sus últimos años de vida.
Y constituyen casi la fuente principal de ingresos de la población; no sólo por sus dorados y sabrosos frutos, codiciados en España y fuera de España, por existir un fuerte negocio de exportación, sino porque una clase de ellas, se dedica a explotar las palmas de las copas para ser utilizadas en el Domingo de Ramos, como el mismo Deverell había comprobado en Córdoba. Para ello es preciso lograr que esas hojas se blanqueen y adquieran esa bella tonalidad dorada pálida que las caracteriza, lo que se consigue atando las copas para dejar su interior protegido de la luz, del aire y de la humedad. Cuando la Semana Santa se aproxima, son abiertas las copas, cortadas las ramas, seleccionadas las palmas y remitidas a todos los pueblos de España para ser utilizadas el Domingo, al que ellas han prestado su nombre, como signo de bienvenida al Señor. En unas ocho mil se calculan las palmeras que cada año se dedican a ese menester.
Recoge el procedimiento de fecundación, casi artificial, para llevar el polen de la palmera macho a la hembra. Y recuerda que estos descubrimientos botánicos, que el hombre cree que son conquistas y consecuencias de sus estudios, no son sino cosas sabidas y archisabidas desde la antigüedad y que constituían, desde que el mundo es mundo, el acervo de conocimientos prácticos de generaciones y generaciones de gente aldeana y campesina. Esto le lleva a una digresión sobre la vanidad humana y sobre el escaso número de cosas que, pareciendo nuevas, flamantes metas alcanzadas por el hombre, no resulta que eran ya patrimonio de los pueblos más viejos.
Molino de Traspalacio
Como en Elche se propone estar varios días y satisfacer plenamente el ansia que tenía de conocer la comarca, decide buscar alojamiento que le satisfaga y lo encuentra en el Nuevo Restaurant y Hospedería de Juan Martínez y Caí; es un alojamiento excelente, limpio, sin ser grande, con buenos dormitorios, comida satisfactoria y vino muy bueno. Deverell nos describe minuciosamente el local. Una entrada fresca, las puertas con cortinas para preservar el interior del calor y del polvo de la calle, con el clásico tinajero español al fondo, teniendo a derecha e izquierda, el comedor y otras habitaciones. Unas escaleras conducen a los dormitorios que hay en el piso superior. No tiene sala de estar, deficiencia sin importancia porque el viajero, en Elche, tiene poca necesidad de entretenerse en casa. El establecimiento, antes, se encontraba bastante desprestigiado y no era aconsejable para albergarse en él un extranjero; pero el nuevo dueño, que lo tiene sólo desde hace cinco meses, ha logrado mejorarlo, darle fama y crédito, y espera que dentro de poco esté todavía mejor y a la altura de los mejores hospedajes en ciudades similares.
En ese año, se está construyendo un ferrocarril que desde Murcia, pasando por Elche, llegue hasta Alicante; el obstáculo que supone el barranco por donde discurre ese simulacro de río que cruza la ciudad, ha sido salvado con un hermoso puente; la Estación se está construyendo en medio de un bosque de palmeras. Cuando ese nuevo sistema de comunicación se inaugure, todos esperan que Elche se vea más concurrido de visitantes que quieran gozar del pintoresco ambiente y bello paisaje que caracterizan a la ciudad. Deverell conoce al ingeniero que dirige estas obra, un español con sangre americana y hablando correctísimamente el francés. Se hospeda en la misma fonda y come a su lado.
El dormitorio que le asignan está orientado al Norte nordeste. Tiene un amplio balcón y a él se asoma con casi religiosa expectación y emoción para mirar al paisaje y esa emoción le lleva a entonar un inspirado canto a la palmera, a su esbelto fuste, a su glorioso penacho de verdes hojas, a sus racimos dorados pendientes de ellas en la cumbre, a su noble longevidad y su prolongada fecundidad hasta en la vejez; en suelos arenosos, en climas secos, en peladas llanuras y desiertos, la palmera ofrece al caminante extenuado un reposo fresco y seguro. Estas excelencias de la palmera, traen a su memoria otra cita bíblica (2): «El justo florecerá como la palmera; crecerá como el cedro del Líbano; plantado en fa casa de Yahvé; crecerá en los patios de la mansión del Señor; en su vejez dará todavía frutos y estará fresco y lozano». Y a continuación recuerda a Salomón (3) cantando a la esposa: «En tu gallardía te asemejas a la palmera». Y para final la cita postrera de este momento; «Y llegó una gran multitud; llevaban ramos de palmas gritando: «¡Hosanna! Sea bienvenido el que llega en nombre del Señor» (4).
Para mejor ordenar su tiempo desea enterarse bien de las horas a que se come y cena y le dicen que a las diez de la mañana y a las siete de la tarde, y nosotros nos quedamos pensando que debió existir alguna confusión ante lo anómalo que es ese horario dentro de las costumbres españolas, aun en las zonas rurales; y, en efecto, almuerza después de las doce y cena pasadas las ocho de la noche. Sale a dar una vuelta y ve a un chico elevando una Cometa; le agrada ver como los chicos españoles tienen la misma costumbre saludable y entretenida de los ingleses, y espera que algún día esa imitación les lleve también a jugar al cricket. Más adelante se tropieza con la comitiva que anuncia por las calles un Circo que actuará en la ciudad ese día.
Fuente: https://miguelangelsanchezmartinez.wordpress.com/tag/elche/page/5/
En su deambular por la ciudad vé la insignia de la media luna en la fachada de un edificio; al principio no supone que se trate de vestigios o signos externos de la dominación morisca, conservados todavía, porque recuerda que hace centenares de años que los moriscos habían sido expulsados; pero después piensa que es muy verosímil que así sea, dado el estancamiento de la vida en Elche y la pervivencia de maneras, costumbres y edificaciones de aquella época. Mirando más detenidamente, ve que son varios los signos similares en el edificio, bastante amplio, y se preocupa de suplicar a su huésped que le aclare tal peculiaridad. Se le informa que esa casa es el palacio del marqués de Lendinez, poseedor de una valiosa colección de antigüedades y su informante le promete gestionar la posibilidad de que el Marqués le permita visitar su casa.
Almuerza muy bien y decide asistir a la función circense. Invita a un muchacho y pasea un poco por las cercanías para hacer tiempo. Contempla el antiguo Alcázar, que es hoy una prisión o cárcel, y se tranquiliza viendo que los asesinos, ni siquiera en Elche, ciudad estancada, son desconocidos. Asiste a la función de Circo que es bastante aceptable.
Al regresar a la Fonda, a cenar, su huésped le da la agradable noticia de que ha obtenido del marqués de Lendinez una invitación para que nuestro hombre pueda conocer su casa y colecciones, después de Misa. Charla un poco con su huésped y su esposa que se lamentan de la pobreza española, frente a la riqueza inglesa. En un periódico que hay sobre la mesa lee unas noticias sobre la «mano negra» y sus huéspedes se apresuran a informarle que en Elche no existe nada de eso y que esa plaga es peculiar de Andalucía, atribuyéndola a la deficiente forma como se encuentra repartida la tierra en aquella región donde son frecuentes los grandes latifundios que contribuyen a fomentar el descontento de los que carecen de tierras y la violencia y represalias contra los terratenientes poderosos. En Elche —le dicen— la tierra se encuentra muy repartida- Aun el propio marques de Lendinez, cuya casa va a visitar el día siguiente, y persona de las más ricas de Elche, no lo es a la manera que lo son los ricos de fuera de España y su principal fortuna se encuentra en Andalucía. Deverell se extiende en una larga divagación sobre esta errónea creencia que no es peculiar de España, ni mucho menos, que él ha oído exponer a muchas gentes en Francia y en Inglaterra.
Circo instalado en La Glorieta. A partir de 1891 el espacio se utilizó para ferias y espectáculos. 
Se retira a descansar para levantarse al día siguiente a las seis de la mañana y poder, antes de la Misa, dar una vuelta por los alrededores. Su curiosidad le lleva a entrar en alguno de los huertos de palmeras para ver como son plantadas y cultivadas y ello le hace llegar con retraso a la Iglesia; a las ocho y media cuando están ya en el sermón; el sacerdote habla a los fieles sobre el Espíritu Santo, tema apropiado puesto que ese día es Domingo de Pentecostés. Tiene que marcharse antes de que el orador sagrado termine su plática para no ser descortés, faltando al a puntualidad, con quien le invita. Y contra las leyendas que corren sobre la puntualidad española, comprueba que ha llegado un poco tarde y que en lugar de esperar él al Marqués, como manda la cortesía, el Marqués le estaba esperando.
Este marqués de Lendinez, en 1884, es don Rafael Brufal y Melgarejo (I) y habita una vieja casa, grande, vetusta, parte de la cual fué construida por los romanos v le recibe con ademán ceremonioso y amable. Tienen una conversación breve en el salón, y pasan pronto a visitar el Museo de la casa formado, en su totalidad, con objetos recogidos en excavaciones por los alrededores de Elche y predominando las antigüedades romanas. Pero el Marqués es un buen numismático y posee una excelente colección de monedas antiguas, perfectamente ordenadas, rigurosamente catalogadas y revelando la obra de un estudioso más que de un mero aficionado.
Cuando examinan las riquezas atesoradas por don Rafael, hace su entrada en la habitación la Marquesa que produce excelente impresión en nuestro hombre; la acompaña su hija, una niña, que juega con una mariposa. Deverell, en su interior, se escandaliza pensando que cuando en España se acostumbra a los niños a jugar y a martirizar pequeños bichos indefensos, no es extraño que de mayores gocen con el espectáculo cruel de las corridas de toros; pero su honestidad le lleva rápidamente a reconocer que también los niños ingleses —y él mismo en su infancia— juegan con mariposas y torturan a placer a los indefensos animales. La niña, con gesto ingenuo, ofrece su paciente mariposa a Deverell «para su hijita» según le traduce el Marqués ante la difícil comprensión del balbuciente lenguaje de la pequeña... pero Deverell es un recalcitrante solterón. Quien sale ganando de este torneo de cortesías e incomprensiones es el desventurado insecto que aprovecha la ocasión para escaparse de las manos de la niña y huir por un balcón, con gran satisfacción de nuestro hombre.
Se asoman a los balcones del palacio desde los que se goza de una bella vista sobre la ciudad; el Marqués le obsequia con un cigarro puro que, aun no siendo Deverell sino muy mediano fumador, le acepta complacido. Al despedirse le muestra su gran gratitud por la atención que le ha dispensado, y se marcha a la Fonda.
Recibido por el marqués de Lendínez, nuestro hombre ha ganado la suficiente celebridad y ya tiene abiertas todas las puertas de Elche; su huésped le lleva de visita casa de uno de sus amigos y esta visita le sirve a nuestro hombre para hacer una extensa digresión sobre las excelencias de la cortesía española en materia de hospitalidad, dedicando más de una página a las alambicadas fórmulas de civilidad, en tales casos, de llamar su casa, a la en que el invitado es recibido: Esta es su casa... ¿No quiere vd. honrarnos entrando en su casa...?
Visita al Casino, y más tarde nueva visita a la Iglesia porque ha percibido, frente a ella, muchos hombres parados en respetuosa actitud, que de vez en cuando bajan la cabeza solemnemente y en señal de reverencia.. Comprueba que se trata de un entierro y deja constancia de la costumbre, en España, de llevar a la Iglesia los cadáveres.
Regresa a cenar. En el comedor celebran una cena alegre el Ingeniero que dirige las obras del ferrocarril y algunos amigos; cena con champagne. Le invitan; declina; le vuelven a invitar; vuelve a declinar; ofrecimientos de cigarros. La comida es buena y la gente muy obsequiosa. Cuando al terminar, salen todos a tomar el café fuera de la Fonda reiteran la invitación y él insiste en su rehúso. Este torneo da pie para otra larga digresión en materia de cortesía en las invitaciones y ofrecimientos. El español ofrece siempre todo lo que parece agradar a su interlocutor, o lo que él cree que puede serle útil; pero una sutil gama existe en estos ofrecimientos. El primero es de pura cortesía y es absolutamente necesario declinarlo como esencial deber de educación; el segundo, significa ya un propósito serio de obsequiar, pero entonces la cortesía aconseja rehusar de nuevo; y sólo la tercera insistencia es la que permite una aceptación dentro de las normas usuales de civilidad.
Deverell decide partir para Murcia, pasando antes por Orihuela, en la diligencia que sale a las diez y media de la mañana. Desayuna y su huésped le invita a no tener prisa porque hay tiempo suficiente, aunque a la postre tenga que andar a carreras porque le avisan que el coche se encuentra a punto de partir. Satisfecho de la cortesía con que ha sido tratado, intenta remunerar a su huésped regalándole un cortaplumas inglés que el huésped ¡como no, después de lo que hemos visto!, rehúsa. Sólo a instancias de su esposa lo acepta tras reiteradas insistencias. Deverell se marcha muy contento. Ha pagado dos dólares por dos días, por dormir, desayunar, almorzar y comer con buenos manjares y excelente vino, sin extras de ningún género. Es lo más barato que ha pagado jamás y, en varios sitios, Málaga Barcelona, Madrid y Santander, le costó el doble y aún el triple. Da por bien empleados esos dos días. De paso hacia Orihuela encuentra en Crevillente, en Coj y en Callosa, algarabía en las calles y tañido de campanas que él atribuye a que es lunes de Pentecostés creyendo que esa festividad se celebra en España como en Inglaterra.
Al llegar a Callosa, encuentra ya la huerta espléndida. Llega a Orihuela a las dos de la tarde con el proyecto de pasar allí la noche porque le han encarecido el carácter oriental de la ciudad. Gran calor, pero un calor seco y tolerable. Excelente huerta, regada por el Segura y casi rival de las de Valencia y Murcia; riqueza proverbial que ha dado motivo a refranes y dichos de que ya tienen conocimiento nuestros lectores por los artículos anteriores: «llueva o no llueva, trigo en Orihuela». Pero después de haber visto Valencia y, sobre todo. Elche, esta ciudad en donde se encuentra ya nada tiene que enseñarle en materia de orientalismo y decide seguir adelante.

Siguen las páginas 69 a 76 dedicadas a describir Murcia y otras ciudades como Lorca

NOTAS
Primera. Las citas bibliografícas, tomada la lectura de la moderna edición de la Biblia de Jerusalén, son: 
1.». Exódo, 15-27. 
2.» Salmo 92 (91 de la Vulgata) 13-15. 
3.» Cantar de lot Cantares. 7-8 y 9. 
4.» Evangelio según San Juan. 12-13. 
5.* Génesis, 28-16. 6.» Job, 6-15 a 20. 
Segunda. No obstante nuestras búsquedas no podemos dar al lector, sobre F. H. Deverell, otra noticia que la de haber escrito también una obra relatando su viaje por Palestina y Siria, Londres, 1899, y otra sobre el valle de Andorra, en 1886, que fué traducida al francés. Agradecemos a nuestro amigo Mr. Jean Peeters-Fontainas, esta información. 
Imagen actual de La Calahorra. Uno de los mástiles aún conserva la media luna.
(I) En 1882 Rafael Brufal y Melgarejo recibe como dote por su matrimonio el edificio de la Calahorra en el que fija su residencia. Pese a que nos pasa desapercibido, la media luna aún se encuentra en lo alto del mástil de la Calahorra y Deverell debió verla, como así consta en su narración. 
La fotografía que encabeza la entrada procede de http://www.spacegarden.eu/blog/fotos-antiguas-del-palmeral-de-elche/ Elche.Palmeral del Conde Luna,1888.J.Levy.

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