Yo
estaba en la Biblioteca por esas fechas y aún me acuerdo. Es cierto que un
vigilante jurado de servicio custodiando los objetos de una exposición abandonó aterrorizado la biblioteca en plena noche y que se
generó un revuelo notable en los medios de comunicación, así que el entonces archivero-bibliotecario Rafael Navarro
nos dio instrucciones para guardar silencio. El objetivo era impedir la proliferación de bulos paranormales alrededor
de la Biblioteca, pues lo importante era la institución y el servicio público. Lo
cierto es que me preguntaron y aún me preguntan de vez en cuando por los fantasmas en San José y
siempre digo lo mismo: haberlos, haylos, pero yo solo conozco a los de carne y
hueso.
Aún
me acuerdo que algunos vecinos creyeron ver por la noche sombras circulando por las
ventanas de los depósitos, en una época en la que iban investigadores del
Archivo por la tarde y quien esto suscribe sacaba los documentos muchas veces
sin encender siquiera las luces porque tenía memorizada la ubicación del
material. También diré que una mañana de invierno cuando aún no había salido el
sol, el claustro alto de la Biblioteca apareció inundado de murciélagos que revoloteaban nerviosos dando vueltas continuamente. Nos tocó abrir ventanas
e ir animando a tan tétricos inquilinos a abandonarlo, así que salían formando una línea negra que
ascendía al cielo, cual procesión de almas en pena.
Lo
cierto es que se estaba en pleno proceso de restauración de la iglesia y se había tapiado la entrada de
los murciélagos a su dormidero, el espacio intermedio entre la bóveda y el
tejado. Como se había quedado una ventana abierta se colaron en el claustro
alto. También he de decir en descarga del atribulado guarda que por la noche
el edificio resulta imponente incluso con las luces encendidas y no digo nada
de la hora de cerrar e ir apagando luces, o en las mañanas de invierno cuando
la única luz viene del claustro. El aire de placidez y recogimiento que se
respira al sol en la plazuela con su cruz gótica de término, el leve arrullo de
las viejas rezando al” Cristico” de Zalamea, las charlas informales de los
chavales a la sombra de los pinos, el deambular de los usuarios al interior del
centro..., ese ambiente reposado se transforma cuando oscurece y en poco tiempo lo que destaca es la severidad de
la espadaña, el aire de encierro claustral, los efluvios de cuando fue hospital y sede de la gota de leche en la postguerra…, todo va tomando cuerpo y refuerza que sea un
auténtico desafío permanecer dentro por la noche.
En
aquella época teníamos una invasión de ratas en los conductos del aire
acondicionado, que cuando se movilizaban parecía un batallón de caballería en
marcha en su ir y venir casi a cualquier hora del día. Tras intensos tratamientos las ratas desaparecieron y
aún hoy se encuentran macabros restos en los conductos, huesecillos que no son
de santo ni de animas en pena.
No he he podido acceder a la continuación del interesante artículo en la revista Año cero nº 268. No
funciona el enlace de descarga.
Imagen de cabecera: Interior de San José. Paco Ciclón
Imagen
de bandada de murciélagos tomada de : http://www.teinteresa.es/tierra/mala-fama-murcielagos_1_932317043.html
Hola, interesante comentario que ha llegado a mi por casualidad, yo era un niño cuando comenzaron las obras de la biblioteca, poco antes debido a la inocente curiosidad infantil y que me relacionaba con chavales mayores que yo, entraba por algunos huecos o ventanas a recoger un balón o a explorar, recuerdo un escobazo del sacristan, supongo que cumpliria ordenes de Don Juan para ser custodio de los bienes de la iglesia y aledaños, jugaba al futbol en la puerta de San Jose, incluso hicimos algun partido clandestino dentro, se podia entrar por la zona de garaje de los vehiculos de la policía.
ResponderEliminarTambien se podia acceder a la zona donde esta el cristo de Zalamea y al claustro del antiguo hospital, incluso ya construida la biblioteca entramos mil veces cuando habia exposiciones y las veiamos sin prisa y de cerca, recuerdo ver a la virgen de la Asunción alli en su camastro y entrar por una de las ventanas traseras con mis amigos, no robabamos ni destrozabamos nada, tan solo nos gustaba tentar al famoso fantasma por si aparecia, cuando nos cansabamos subiamos arriba y dejabamos la ventana cerrada sin causar problemas, eramos niños aventureros sin más.
Jamás vimos ni hubo fantasma, más bien eran animales tipo rata, algún perro o gato y a veces el fallecido hace años Sacristán, que vivia en la travesía de la calle Santa Ana que baja al río, yo jugaba con su hijo Antonio, durante la construcción entrabamos casi a diario, saludos.
Gracias por comentar Unknown
ResponderEliminar