A MODO DE PRÓLOGO
Como consecuencia de los programas de investigación del departamento de Historia Moderna de la UA se están publicando una serie de interesantes estudios que proporcionan datos e información
significativa de la coyuntura histórica en la segunda mitad del XVIII en el sur de la Comunidad valenciana, una
época crucial para nuestra ciudad por la envergadura de las iniciativas de las élites del poder que dejarán notables huellas en el paisaje
rural y urbano e incluso en la mentalidad actual. Ciñéndonos al ámbito civil, baste considerar las
continuas atenciones que se deben proporcionar al Pantano y la Acequía Mayor,
las bonificaciones del Cardenal Belluga y del Duque de Arcos en los Carrizales
o la conducción de aguas potables del Obispo Tormo. Ese contexto queda perfectamente
dibujado a criterio de quien suscribe en dos interesantes artículos de Adrián García Torres
Comunicación presentada en: De la tierra al cielo. Líneas recientes de investigación en Historia Moderna, editado por la INSTITUCIÓN «FERNANDO EL CATÓLICO» (C.S.I.C.), Zaragoza, 2013 en el marco del I ENCUENTRO DE JÓVENES INVESTIGADORES EN HISTORIA MODERNA
((accesible pulsando el enlace)
Remedios técnicos a la sequía y esterilidad en las tierras
meridionales valencianas: El fracasado proyecto de conducción de agua potable de
las fuentes de Boriza y Urchel a la villa de Elche en el siglo XVIII
Se encuentra disponible en digital en la edición electrónica de la obra
multimedia CAMPO Y CAMPESINOS EN LA ESPAÑA MODERNA CULTURAS POLÍTICAS EN EL
MUNDO HISPANO, María José
Pérez Álvarez Alfredo Martín García (eds.)
Enlace al indice y contenido:
Nota: Para acceder al artículo es necesario buscar el enlace al mísmo en el índice.
Me propongo reproducir más adelante el segundo artículo
completo, por ser antecedente inmediato en el tiempo a la ejecución de las obras
del Obispo Tormo y por tanto relacionado directamente con la investigación llevada a efecto por Gonzalo Martínez Español y Felipe Mejías López Antes, como paso previo obligado, la entrada de hoy que no es más que un resumen interesado del artículo, aligerado de notas y contenidos en los que no se cita a la ciudad y la comarca, así que quien desee tener un visión cabal de su contenido debe leer el artículo completo. No obstante pese a la reducción de contenidos sobre el original, muestra el peso de la
religiosidad popular en una coyuntura climática especialmente desfavorable. La tipografía destacada en negrilla es responsabilidad del que suscribe,
En busca del perdón divino: Los mecanismos de la religiosidad popular ante las adversidades climáticas y naturales en las tierras meridionales valencianas durante el siglo XVIII
Adrián García Torres
ENTRE
LA INCAPACIDAD TÉCNICA, EL MIEDO Y EL CASTIGO DIVINO
La
sociedad del Antiguo Régimen se caracterizó por una primacía del sector primario
en la economía. Esta dependencia del agro conllevó una situación de fragilidad a
los pobladores, ya que cualquier incidencia negativa originada desde el clima o
el medio natural daba lugar a la eventualidad de desvanecerse todo el trabajo del
año e incluso sus bienes más preciados, con todo lo que ello suponía.
Podemos
hablar de tres grandes miedos que forman parte de nuestra memoria colectiva: a
la catástrofe, a la escasez y a la muerte. Temores que, además, no eran
independientes, sino que en muchas ocasiones solían desembocar unos en otros La
respuesta ante estos riesgos estuvo marcada por el atraso técnico, la limitada eficacia
de las medidas del poder político para aplacarlos, el desconocimiento del origen
exacto de los diferentes episodios desastrosos y la falta de medios económicos.
[así que...] en vista de la carencia de las soluciones temporales para evitar y
hacer frente a los daños materiales, las pérdidas económicas y, en algunos
casos, incluso vidas humanas en que desembocaron estas catástrofes, se [abrió]
la puerta de otras formas de socorro. Acudir al amparo de los remedios
espirituales aplicados por la Iglesia católica pasó a ser el recurso más
eficaz. En una sociedad plenamente sacralizada no fue tarea compleja
vincular el funcionamiento del mundo físico con los designios divinos y la
visión providencialista.
Desde
el poder eclesiástico estos fenómenos atmosféricos y del medio se inscribieron a
un origen sobrenatural unido a una amonestación divina por el comportamiento pecaminoso
de los hombres. En otras palabras, el pavor a un Dios que avisaba a los hombres
por sus conductas erróneas se convirtió en el epicentro del origen de las catástrofes
climáticas y naturales. El clero puso en marcha un engranaje perfecto por el cual
tomó bajo su mando todos los ritos y ceremonias destinadas a pedir al Altísimo
misericordia, persiguió como supersticiosas a las que no pudo someter e
introdujo en la mentalidad del pueblo, a través de los diversos mecanismos de
los que disponía, la relación intrínseca entre las desgracias que sufrían con
una raíz inmaterial.
CONJUROS,
ROGATIVAS Y EXORCISMOS DURANTE LA PLAGA DE LANGOSTA DE 1756
El germen de la plaga se generó en el territorio extremeño en función del gran número de hembras que hubo el año anterior. Ante este desequilibrio, la cantidad de ejemplares aumentó sobremanera y se expandieron a Portugal, Andalucía, la Mancha, Murcia y Valencia. El espanto estaba servido, pues el carácter destructivo
de esta plaga bíblica asociada a la ira de Dios puso velozmente en alerta a todas las poblaciones, que iniciaron con apremio la formación de cuadrillas para atajar su avance.
Elche
tampoco quedó impasible ante el peligro que se acercaba y se amparó «en los más
eficaces medios para aplacar las iras de la Divina providencia» por medio de
súplicas ejecutadas por el clero y las comunidades religiosas para reclamar compasión;
no obstante, debido a su fracaso, pasaron a practicar procesiones públicas para
expiar sus pecados y otros rituales en las iglesias, conventos y términos de la
villa. A pesar de todos sus empeños, la situación no mejoró hasta que a través de
un conjuro general «el pueblo había quedado liberado durante dos días del azote
de la plaga»
SEQUÍA
Y ESTERILIDAD EXTREMA EN EL BIENIO DE 1773-1774: LAS ROGATIVAS PRO PLUVIA
Las
tierras meridionales valencianas se definen hasta nuestros días por un
importante déficit hídrico, lo que se tradujo desde siglos atrás en la
construcción de obras de ingeniería hidráulica con la misión de mantener la
poca agua que aportaban las lluvias, las fuentes y los ríos. Por este motivo,
la falta de precipitaciones desde el momento de la siembra hasta la recolección
de los cultivos pasó a ser una preocupación que cada año acompañaba al ciclo agrícola.
Por consiguiente, dada la angustia que provocaba la alta probabilidad de que se
evaporara toda su producción, acudir al abrigo de las rogativas pro pluvia pasó
a ser el universal remedio para poner fin a la falta de chubascos. De
esta manera, según la duración de la sequía y su gravedad, se desplegaban
diferentes prácticas religiosas cada vez más complejas.
Las
adversidades de la década de los sesenta en el litoral mediterráneo continuaron
en la primera parte de la siguiente, en cuyos años la esterilidad se plasmó en
terribles consecuencias. No debemos olvidar que nos encontramos en un momento
en el cual la perturbación climática
Maldá, definida por la frecuencia y simultaneidad de episodios de sequías e
inundaciones, se aproximaba a su período más pernicioso.
En el
Bajo Vinalopó, tras la siembra en el otoño de 1772, la falta de lluvia
hipotecaba el desarrollo de los cultivos a inicios del nuevo año, por lo que
como primera medida de prevención se pasó oficio urgente a las comunidades y
cleros ilicitanos para que sin pérdida de tiempo implementaran oraciones
privadas. Así y todo, la bendición del cielo no llegó y los clamores de los
labradores comenzaban a escucharse con mayor fuerza, puesto que la posibilidad
de que no brotara la simiente ganaba enteros. Debido a esta nueva fase, desde
el poder civil se decidió acudir a las rogativas públicas a través de Nuestra
Señora de la Asunción, con la tarea de poner fin al «justo enojo de Dios».
A
finales de febrero, los campos obtuvieron los codiciados chubascos que salvaban
parte de los sembrados. Tras ello, fue necesario agradecer al agente ante Dios
el favor divino logrado, por lo que se concertó una misa de acción de
gracias. Sin embargo, la producción del año fue insuficiente y tuvo que
recurrirse a la compra de grano en el puerto de Alicante.
La
falta de precipitaciones continuó en los meses estivales y la llegada del otoño
tampoco trajo soluciones. En Elche la siembra se retrasaba, lo cual extendió el
temor a que 1774 fuera improductivo y se agravara más la coyuntura. Todo ello
condujo a que directamente se ejecutara una procesión de la patrona por la
villa a finales de noviembre. No obstante, al continuar la esterilidad y
la carencia de los bienes de consumo la situación pasó a ser crítica, lo que se
reflejó en soluciones espirituales del mismo tenor: una rogativa general de
penitencia con dos nuevos mediadores poco frecuentes, el Divino crucifijo de la
Agonía, venerado en la capilla de San Juan de Letrán del convento de los
Mercenarios, y María Santísima de la Merced. Durante la marcha se llevó a cabo
un alto en la iglesia de Santa María, donde un padre mercenario (sic: Mercedario) impartió un
sermón. Concluida la ceremonia, se trasladó a los intercesores al convento de
los Mercenarios, donde se expusieron durante nueve días, acompañados con misa
por las mañanas y el rosario por las tardes. Finalmente, para que toda la
población asistiera sin distinción, los sacerdotes, los días previos, animaron
desde el púlpito a participar en todos los actos dada la espinosa situación..
Todas
las medias fueron inútiles, pues la lluvia no hizo acto de presencia. La desesperación
por obtener una mínima oportunidad de recolección, encaminó a la villa a acudir
a una nueva procesión para purgar sus pecados en el mes de febrero de 1774, mas
discrepancias con el vicario foráneo acerca de cómo ésta se debía poner en
práctica, la congelaron hasta alcanzarse un acuerdo entre el poder temporal y
el espiritual. Sin lugar a dudas este pulso fue una clara muestra del poder
que tenía la Iglesia en este tipo de remedios.
Entretanto,
la universal sequedad cristalizó en una terrible realidad. Los
abastecedores de carne, a causa de la falta pastos en las comarcas próximas y
las tierras murcianas, no disponían de ejemplares para vender en estado óptimo;
la falta de agua potable tuvo como consecuencia que los pobres consumieran la dañina agua salitrosa del río Vinalopó; y
los jornaleros parados, al no dar fruto la tierra, partieron a otras
localidades en búsqueda del alimento para su familia. Realmente la situación era
tan desconsoladora que no tardaron en comenzar las gestiones para obtener la
condonación o la rebaja de las contribuciones reales.
Los
últimos meses del año también estuvieron marcados por la miseria. Por lo que no
sorprende que desde noviembre los ilicitanos volvieran a poner sobre el tapete los
viejos anhelos de conducir agua desde otros lugares circundantes. Así pues, se
intentó, por un lado, relanzar el
proyecto de Marcos Evangelio relativo a desecar la laguna de Villena y
nutrir de agua al pantano de Elche, y, por otro lado, se comenzó a inspeccionar el término municipal de Aspe
en busca de fuentes vírgenes.
LOS
TEMPORALES DE OTOÑO DE 1751: ENTRE EL MILAGRO Y LAS NUEVAS FORMAS DE
SALVAGUARDA
Coincidiendo
con una sequía general que afectó a la Península entre 1749-1753, los años
1748-1751 se catalogaron como calamitosos en el solar valenciano. De este
modo, la esterilidad reinante se alternó con episodios extremos, entre los que tuvieron
presencia las lluvias de alta intensidad horaria y las avenidas de ríos
catastróficas, que no hicieron más que aumentar sobremanera la difícil
situación que se acarreaba.
Dentro
de los temporales que se dieron en el sur valenciano, el que más repercusión tuvo
fue el que se vivió a finales del mes de octubre de 1751, el cual supuso el fin
de un año marcado por la sequedad en sus poblaciones tras llover de manera
ininterrumpida durante al menos cuatro días. Elche vivió en sus carnes las
mayores consecuencias porque, además de arrasar con diversas casas, el pantano
quedó inutilizado y el viaducto principal de la villa sobre el río Vinalopó no
pudo soportar el torrente de agua, derrumbándose en su mayor [comprobar: parte]. Aunque la crecida
del Vinalopó había ocasionado una importante devastación en la población
ilicitana, para los representantes del cabildo la interpretación de este suceso
distaba tangencialmente de lo que a simple vista se podía interpretar; ya que,
a su entender, Nuestra Señora de la Asunción había intercedido no solamente para
conseguir las deseadas precipitaciones, sino que su papel fue fundamental para
que los daños materiales y humanos no fueran mayores en el transcurso del
cataclismo. Esta aseveración se explica porque durante la crecida del río el
día 31 de octubre, la amenaza de perder las infraestructuras hidráulicas y
viarias era palpable, lo cual derivó en una rogativa pro serenitate a la
patrona para implorar que la tromba de agua que descendía por el barranco se
calmara. Así pues, se sacó su imagen desde la iglesia de Santa María y se bajó
hasta la orilla de la rambla «desde cuyo punto se vio que las aguas
suspendieron su orgullo, sin alterar sus corrientes».
Este
hecho se catalogó de milagro, y con el deseo de que los habitantes no olvidaran
el abrigo que la virgen les brindaba frente a los castigos divinos, se recordó su
efeméride durante dos años. En 1752, el día de la conmemoración coincidió con
nuevos problemas vinculados a una epidemia de tercianas y a una granizada, que
agudizaban la poca estabilidad de la villa tras los daños del temporal de 1751.
A raíz
de ello, se celebró el último día de octubre una eucaristía con música por la
mañana y procesión general con salve por la tarde para implorar ayuda y
agradecer el auxilio de su mayor protectora en los momentos más graves. Por su lado,
en el segundo aniversario se ofició una misa en acción de gracias «y recuerdo del
prodigio que obró María Santísima de la Asunción en igual día (…) con la
avenida de las aguas por el torrente de la inmediación de esta villa».
La
capacidad milagrosa mencionada no era nueva, ya que pocos meses antes del
episodio se debatía entre el cabildo acerca de la necesidad de crear una
conducción en el pantano de la villa que impidiera que el tarquín acumulado
obstruyera la salida de agua y que como consecuencia destruyera el muro. Durante
la discusión, uno de los miembros del cabildo, defensor de actuar en la
infraestructura hidráulica, remarcó que si hasta el momento no se habían dado
estragos en el pantano no se debía a las causas naturales, sino al resguardo de
la virgen. Esta percepción no podía más que reforzarse entre la población, pues
pese a la virulencia con la que el agua golpeó la pared, solo la galería de
desagüe sufrió daños; no obstante, el embalse quedó en desuso durante años al
embozar el temido cieno los mecanismos de salida del agua.
Tras
la catástrofe comenzaron a desarrollarse las pertinentes reconstrucciones para
dejar atrás las consecuencias de este dramático suceso, si bien las medidas fueron
provisionales durante los primeros meses. No fue hasta 1755 cuando se emprendieron
las intervenciones definitivas para que la reedificación del nuevo puente de
Santa Teresa se convirtiera en una realidad. Las reparaciones se centraron en edificar
el ojo de la parte poniente, el tajamar y una gran cadena en la parte de
Levante.
Lo
importante del proyecto es que no se olvidó el cuidado que lo espiritual podía
ofrecer para proteger al nuevo viaducto ante posibles nuevos casos de riadas.
Con
esta finalidad, los arquitectos Pedro Fernández y Gaspar Cayón incluyeron en su
relación dos capillas, una en el Norte, con una escultura de Nuestra Señora de la
Asunción, y otra en el Sur, con la de San Agatángelo. Asimismo, bajo éstas se instalaron
dos lápidas en las cuales se describieron los daños del diluvio así como los
gastos del nuevo puente, con el propósito de que este desastre y sus
repercusiones prevalecieran en la memoria colectiva de las siguientes
generaciones.
El presente estudio forma parte del
proyecto de investigación «Riesgo y desastre natural en la España del siglo
XVIII. Episodios meteorológicos extremos y sus efectos a través de la
documentación oficial, la religiosidad popular y la reflexión científica»
(HAR2009-11928).