A
inicios de junio, un grupo de vecinos de Aspe cursó una petición a la
Diputación de Alicante, solicitando formar una compañía de milicianos
voluntarios, lamentándose al mismo tiempo de la actitud adoptada por el
Ayuntamiento de Aspe, opuesto a su formación. La Diputación, estimando la
necesidad de estas agrupaciones armadas y conocedora de los constantes desmanes
que perpetraban las facciones de Jaime, dio sustento a la iniciativa. Se
necesitaba gentes de a pie y a caballo en Aspe y Novelda, ofreciendo 10 reales
de vellón a los que compusieran la agrupación de caballería y 6 reales a los de
infantería. El presidente de la Diputación emitió un decreto ordenando la
formación de la milicia, así como ordenó efectuar una copia de una lista de
voluntarios remitida por los vecinos de Aspe.
Por contra, el Ayuntamiento de Elche manifestaba a mediados de junio la nulidad
en que se sumía la milicia local, al haberse incluido en sus filas muchas
personas inútiles carentes de armas y municiones. El Consistorio pedía la
depuración de la milicia y que se organizara segregando a los habitantes del
campo. El organismo provincial convino en que los habitantes del campo se
agruparan en escuadras separadas y el comandante les destinase un servicio
apropiado a sus aptitudes.
El 21 de junio, el pleno de la Diputación daba lectura a un pedimento de los
aspenses Fernández Muñoz y Manuel Sánchez,
reiterando sus quejas sobre la pasividad del Consistorio, por no haber
cumplimentado el decreto de la Diputación ordenando la formación de una
compañía de milicia voluntaria. El comisionado de la Junta, Rafael Bernabéu
marcharía a Aspe para verificar el acatamiento de la orden provincial, así como
para conocer las razones del incumplimiento del decreto, a fin de que la
Diputación dictaminare sobre la cuestión y se informara al jefe político de
Alicante.
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El Barbudo conspirando |
El
Consistorio oriolano remitió un correo al jefe político de Murcia el 21 de
junio, informándole de la creación de una nueva patrulla armada en la ciudad de
Orihuela al mando de Diego Rocamora, destinada al acosamiento de Jaime Alfonso
y contrarrestar los acostumbrados
desmanes que practicaba en esas tierras.
El regidor del Ayuntamiento de Orihuela, Francisco López Campillo, presentó un
suplicatorio suscrito el 13 de junio ante el jefe político de Murcia. Campillo
exponía que la partida del salteador José Alfonso, hermano del Barbut, raptó a
su hijo mayor en el mes de febrero, permaneciendo doce días bajo cautiverio de
los secuestradores, hasta que pudo reunir la cantidad de 40.000 reales para
libertarlo. Se vio obligado a pedir dinero prestado y pudo concertar un
desembolso en tres plazos con los raptores. Desde aquel momento, una de las
tres partidas al mandato de Jaime trató de prenderlo en varias ocasiones,
teniendo que abandonar precipitadamente su casa y hacienda en unión de su
familia. A este hecho se unía el agravante de haber empeorado su frágil salud, ya que padecía una enfermedad
crónica, que le había impedido desempeñar sus funciones municipales desde el
mes de marzo. Por tanto, imposibilitado de residir en Orihuela mientras subsistieran
las partidas de bandoleros, pidió que se le eximiese de desempeñar el cargo de
regidor municipal, así como de cualquier otra responsabilidad derivada del empleo.
El jefe político de Murcia demandó información al Consistorio oriolano sobre
este asunto, a fin de optar por la determinación más oportuna.
A
primero de julio volvía a dirimirse en la Diputación la cuestión de la milicia
voluntaria de Aspe. El Ayuntamiento argumentaba que algunos de los individuos
componentes de la compañía no habían acudido a inscribirse, otros individuos habían
manifestado su deseo de no ser incluidos, y otro grupo no estaba inserto en la
lista remitida por la Diputación al Ayuntamiento deseando ser inscritos. Por
tanto el Consistorio aspense resolvió suspender el decreto dando cuenta a la Diputación.
A su vez se leyó un manifiesto firmado por los 96 integrantes de la milicia
voluntaria desechando los argumentos del Ayuntamiento. La Junta Provincial
resolvió continuar con el decreto de formación de los voluntarios armados en
Aspe, y si hubiera otros individuos dispuestos a formar parte de la compañía,
lo solicitasen ante la Diputación.
El
clima de inestabilidad política era permanente. El alcalde de Cartagena avisaba
al jefe político de Murcia de la deserción de 13 soldados y de la fuga de 3
presidiarios cuya intención era unirse al facineroso Jaime. Rogaba fuera
extendido un aviso a los pueblos contenidos en la jurisdicción murciana, con la
finalidad de acosar a los desertores y detenerlos en caso de presentarse en
aquel territorio, comunicación que fue trasmitida a Orihuela el 12 de julio .
La
sesión plenaria de la Diputación celebrada el 4 de julio reseñaba un oficio del
Ayuntamiento de Monóvar, relatando que una cuadrilla de facciosos que vagaba
por las sierras de Abanilla y Crevillente intentó invadir aquel pueblo, siendo
rechazados por un grupo de vecinos junto a personas distinguidas. Hostigados
por los vecinos hasta la sierra de Abanilla, pudieron atraparles 7 caballos, cesando
en la persecución por falta de caudales. El Ayuntamiento de Monóvar solicitaba
autorización para imponer un tributo de 10 ó 12 reales entre los vecinos y
terratenientes. La Diputación autorizó un reparto de 12 reales, ordenando
contabilizar la recaudación y gastos, y proponiendo que el Cabildo aplicara los arbitrios que juzgase
conveniente para su reintegro. El presidente de la Diputación insistía en la
necesidad de adoptar estas medidas en tanto que los facinerosos dirigidos por
Jaime Alfonso no sólo asaltaban las propiedades sino que habían adquirido el
hábito de acudir a las cárceles y liberar a los presos. Estos hechos se habían
constatado en Monforte y Aspe, y amenazaban consumarse en otros pueblos con el
consiguiente incremento del número de ladrones que infestaban buena parte de la
provincia, paralizando el tráfico comercial y manteniendo un estado de continua
agitación. En anteriores ocasiones el presidente de la Diputación había
planteado la necesidad de formar una alianza entre los 4 pueblos –Aspe,
Novelda, Monforte y Monóvar–, y dada la circunstancia de ser invadidos,
prestarse auxilio recíproco. La proposición no había tenido acogida en los
pueblos, por lo que el presidente, –con la autorización del pleno– determinó
reunir en Alicante a 1 alcalde y 1 síndico de cada pueblo, que en unión de los vocales
provinciales Rafael Bernabéu y Antonio Mira Percebal, dirimirían el modo de
constituir dicha coalición. La Diputación ordenó parapetar los pueblos
controlando los puntos de acceso, el Concejo de Novelda exponía su falta de
recursos para realizar las obras y era muy probable que le ocurriera lo mismo a
Aspe y Monforte. Por tanto, la Junta Provincial autorizó a los Ayuntamientos de
Aspe, Novelda y Monforte a que pudieran extraer de cualquier recurso
disponible, los fondos necesarios para cerrar los pueblos o efectuar un reparto
vecinal.
Persistían las quejas de
los milicianos de Aspe ante la indiferencia del Ayuntamiento para componer un
compañía de voluntarios, el 11 de julio la
Diputación impuso una sanción económica de 100 reales a cada miembro del
Consistorio aspense por su incompetencia.
La insurrección absolutista
estalló en Orihuela durante la segunda quincena de julio. Las autoridades
constitucionales concentraron sus efectivos tratando de frenar el levantamiento
realista. El 20 de julio, el jefe
político interino de Murcia comunicaba que dos columnas militares marchaban desde
Cartagena y Alicante hacia Orihuela para aplacar la insurgencia. Los habitantes
sentirían el peso de la ley marcial sino deponían inmediatamente las armas y se
restituían a sus hogares, tributando el debido respeto a la Constitución y
castigando a los significados culpables. El jefe político murciano deseaba
evitar efusiones de sangre, replegando las columnas militares a ubicaciones
estratégicas próximas, en espera de que se sosegaran los ánimos. Si el Cabildo
constitucional oriolano garantizaba la seguridad del jefe político de Murcia y
del comandante general, éstos estaban dispuestos a trasladarse a Orihuela para
restablecer la tranquilidad.
El coronel Francisco Jaramillo al mando de la columna volante de Alicante, se
había posicionado ocupando Callosa de Segura y Albatera,
la columna de Cartagena estaba apostada en Almoradí. El jefe político y el
comandante militar de Murcia anunciaban su visita a Orihuela el 22 de julio,
sendos personajes no deseaban ningún tipo de agasajo, y solamente pedían ser
alojados en casas de personas sin ninguna significación política, poniendo de
manifiesto la imparcialidad e integridad que anhelaban mostrar en el desempeño
de sus funciones. Al
día siguiente, el coronel Jaramillo mostraba su desconcierto desde Albatera, ante
la falta de respuesta por parte del Consistorio oriolano. Deseaba tomar una
resolución ante la creciente agitación de la columna volante que tenía al mando.
En horas vespertinas, el coronel Jaramillo envió un nuevo correo a los
munícipes oriolanos, informando de un parte enviado por el coronel comandante avisándole
que doscientos facciosos capitaneados por sus cabecillas de Orihuela, habían
salido de la ciudad con destino a Rafal. Dispuso de inmediato la ocupación de
Callosa de Segura, y encontró a los
facciosos asaltando el término municipal. Tras algunas refriegas bélicas y la
reunión con el Ayuntamiento callosino, el coronel impuso la ley marcial a las
cuatro de la tarde. Comunicó dicha medida al Cabildo oriolano, con el objeto de
que los facciosos de Orihuela que quisieran deponer su actitud y acogerse a la medida
de gracia que contenía el decreto, dispondrían de un plazo de 4 horas.
Mientras liberales y
absolutistas contendían en las inmediaciones de Orihuela, Jaime Alfonso se tomó
un respiro al abrigo de la sierra crevillentina. Decidió conmemorar su santo litúrgico convocando a un
buen número de paisanos. Para ello, organizó un concurrido festejo los días 24
y 25 de julio de 1822 en las inmediaciones de la
Sierra
de Crevillente. El lugar escogido fue el paraje designado Camino del Marchante, a la altura del lugar denominado Torretes, situado a ¼ de hora de la
población de Crevillente. En la vigilia de San Jaime, bandoleros y acompañantes
celebraron una concurrida cena, amenizada por dos guitarristas, en la que Jaume
el de la Serra mostró sus dotes de cantante interpretando algunas coplas.
La fiesta prosiguió al siguiente día, onomástica de San Jaime, celebrando al
mediodía una multitudinaria comida con acompañamiento de un gran número de vecinos
de Crevillente. Un grupo de mujeres guisaron los alimentos, otros individuos acompañaron
las viandas con toques de guitarra, etc. Transcurrido un mes se detuvo a cuatro
crevillentinos, acusados de colaborar con los bandidos en la fiesta. Tras un
dilatado proceso judicial y nueve meses de prisión en las cárceles de Elche y Crevillente,
fueron finalmente liberados (Martínez Español, 2010).
Entre las muchas
anécdotas relatadas en las novelas
decimonónicas sobre Jaime. Una de ellas guarda un gran paralelismo con
la evasión de Ulises de la cueva del cíclope Polifemo. El periódico El Graduador publica en 1902 un artículo de Miguel Tato Amat
denominado El episodio de los borregos,
corroborando dicha anécdota. Miguel Tato se confesaba apasionado seguidor de
todas las cuestiones referidas al Barbudo, fortuitamente se tropezó en Alicante
con el aspense Ramón Torregrosa Galipienso, anciano de 98 años de edad que
residía en la calle Prolongación de Bazán nº 9. Ramón comentó que en su etapa
juvenil tuvo una asidua convivencia con Jaime, compartiendo la comida en
numerosa ocasiones. En una mañana veraniega de 1822, hallándose Torregrosa
trabajando con su padre y otros jornaleros en una finca de la partida de La
Alcaná, término de Aspe, fue testigo de la llegada de Jaime, acompañado de Pepe
Amorós, Pepe Alfonso, Cucarallá, Perico de Estrella, Furó, Lobico-Quinset de
Crevillente, Benavente, Rocamora, Pedruzco, Frasquito el de la Morera de Aspe,
el de la Alquería y quince sujetos más. Los bandoleros se detuvieron para beber
agua en la casa de labor que habitaba el tío Antonio el Rumbo, junto a Riera,
el mulero y un pastor, antes de encaminarse hacia la cueva del Rollo.
Simultáneamente, una patrulla de soldados llegaba en dirección contraria,
divisados por Riera, éste rápidamente echó el cerrojo a la vivienda, los
soldados al observar movimientos extraños cercaron la casa. Al verse rodeados,
Pepe Alfonso pidió al tío Rumbo que sacara las mulas para que sirvieran de
parapeto, pero los tercos animales se negaron a salir. Los bandidos pensaron
escapar haciendo un vivo fuego, pero Jaime, impasible y callado hasta el
momento, con la sangre fría y valor temerario que le caracterizaban, preguntó:
¿Tío Antonio hay postigo para salir el ganado? ¿Y pellejos?, el dueño de la
casa le confirmó que había postigo y tenía pellejos. Los bandoleros se
colocaron los pellejos sobre la espalda, abrieron la puerta del postigo, y
confundidos con multitud de ovejas burlaron la vigilancia de la tropa escapando
de una comprometida situación. A salvo de la tropa, reían de la forma con que
habían burlado a los soldados, dirigiéndose a la cueva del Rollo.
La cuadrilla de Jaime persistía
en la perpetración de secuestros. A comienzos de agosto la víctima fue Antonio
Dios, arcediano de la iglesia de Chinchilla. El sacerdote viajaba desde Murcia
a Xátiva, deteniéndose en una población del itinerario para pernoctar. Había
oscurecido, el arcediano abandonó su alojamiento para visitar otra vivienda del
pueblo siendo prendido por los bandidos y conducido a la sierra, escondiéndolo
en una mina. Los facinerosos exigieron 40.000 reales por el rescate bajo
amenaza de muerte, el dinero fue entregado y se esperaba su regreso a Murcia.
Sosegada la insurrección
absolutista oriolana, el Coronel de ingenieros Francisco Jaramillo dirigió un escrito
al Consistorio ilicitano, manifestando las más expresivas gracias a los
integrantes de la milicia local de la
villa. Los ilicitanos habían formado la columna móvil provincial que en julio se había dirigido a tierras de
Murcia para enfrentare a los facciosos de Orihuela, demostrando altas expresiones de valor y entusiasmo en
sus acciones.
En la segunda quincena
de agosto las partidas de facinerosos volvían a manifestar actividad. Sobre el
día 20 una facción de Jaime se había
aproximado a las inmediaciones de la Granja de Rocamora. Notificado al jefe
político de Murcia por Orihuela, se envió una columna de infantería y caballería
para repeler a los sediciosos. La comandancia militar de Orihuela estaba regida
por el marqués de Rafal, los mandos superiores le ordenaron auxiliar al Ayuntamiento
Constitucional Oriolano y colaborar en lo que fuera preciso para contrarrestar
la camarilla capitaneada por Jaime Alfonso.
La escasez de recursos en
las unidades militares fue permanente. El 21 de agosto, el responsable de intendencia
de las guarniciones apostadas en Orihuela, Crevillente y Elche refería a los
regidores oriolanos, las estrecheces económicas que atravesaba por la tardanza
de los auxilios que había de suministrar el Intendente general. Únicamente poseía
abastecimiento de pan y cebada para un día más, solicitando la ayuda económica
del Cabildo oriolano en calidad de reintegro, hasta que recibiera la asistencia
del intendente. El
23 de agosto, el marqués de Rafal recibía un comunicado del Ayuntamiento de Dolores
expresando sus quejas hacia el comandante militar de la columna móvil de
Callosa, por la falta de auxilio prestado a la villa. Los facciosos estaban
movilizándose con impudicia en San Felipe Neri y Catral, acrecentando sus
efectivos. La proximidad de la columna militar de Callosa sumada a las milicias locales de la zona podrían
batir a los reaccionarios sin problema. Sucesos que el marqués de Rafal puso en
conocimiento del Cabildo oriolano para establecer las medidas más oportunas que
abortasen las maniobras absolutistas.
José Alfonso, hermano
del Barbudo, comandaba una de las cuadrillas que campeaba en territorio
alicantino. El 19 de agosto José Alfonso y su partida se introdujeron en Aspe y
Novelda destrozando las lápidas constitucionales, vitoreando al rey absoluto y
a la religión, y liberando a los presos encarcelados.
El Nuevo Diario recoge los sucesos: “el bandido Jaime Alfonso, ha vuelto a ser
general de fe, y lleva consigo unos cientos de a pie y setenta montados en
jacas y mulos vestidos con saragüelles. Hacen a pluma y a pelo, es decir que
son facciosos y ladrones. El 19 y el 20 estuvieron en Aspe y en Novelda,
derribaron las lápidas, y saquearon las casas de los liberales más decididos, e
iban capitaneados por José, hermano de Jaime, éste entre tanto estaba robando
en las inmediaciones de Jumilla y se llevó a un joven de Murcia, por cuyo
rescate exigió 20.000 reales (…) En Abanilla robaron al patriota don Pedro
Bernal y le mandaron salir del pueblo”. Los desagradables sucesos ocurridos
en Aspe y Novelda, fueron objeto de debate en el pleno de la Diputación
celebrado el 20 de agosto. El presidente calificaba la actitud de los alcaldes
y regidores de apática e incluso criminal, especialmente en una situación de
absoluta falta de recursos. Asimismo autorizaba a que se pudiera exigir a estos
pueblos y cualesquiera otros de la provincia los auxilios necesarios,
recurriendo a todo tipo de fondos. La Diputación proponía pedir al jefe
político de la provincia el establecimiento de un gobierno militar en Aspe y
Novelda, y que los alcaldes y munícipes de Aspe y Novelda fueran trasladados al
pueblo de residencia del juez de 1ª instancia, a fin de que se les abrieran
diligencias judiciales, dada su apática y continuada desobediencia a las
autoridades superiores. Tras una prolongada discusión en el seno de la Junta
Provincial, se planteó la necesidad de adoptar medidas enérgicas y
extraordinarias que únicamente podría aprobar la Cámara legislativa superior.
El pleno acordó remitir una petición a su Majestad para la convocatoria de
Cortes extraordinarias.
Prosiguiendo con su
táctica habitual, los facciosos se disgregaron rápidamente, acosados por las
milicias locales desde distintos lugares de Yecla y Chinchilla, más las tropas gobernadas
por el brigadier Espino, comandante general de Murcia, así como varios destacamentos
radicados en Alicante. De nuevo, se repetían las lamentaciones, haciéndose
imprescindible el exterminio de la partida del Barbudo y sus encubridores, no
bastando con dispersarlos para que nuevamente volvieran a las andadas.
El ejército y las milicias locales de Crevillente y otras poblaciones
estrechaban el cerco a los bandoleros. El 24 de agosto se avistó a los
facinerosos en la partida de La Romana reducidos a 23 jinetes, habiendo emprendido la
huida hacia Jumilla perseguidos por el comandante Vicente María de Haro. El
relato apuntaba la probabilidad de que los bandidos cumplimentasen una visita a
los frailes franciscanos del convento jumillano de la abuela Santa Ana, al que Jaime había manifestado su devoción desde
mucho tiempo atrás.
En el mismo día, la Diputación refería que el jefe político de Alicante se
encontraba en Monforte con una partida de milicianos acosando a los facciosos
asaltantes de Aspe y Novelda, subrayando que se había iniciado un procedimiento
judicial contra los responsables políticos de sendos pueblos. El Cabildo
noveldense, resentido por el acuerdo de la Diputación, expresaba en un oficio
la imposibilidad de garantizar el orden público si las tropas invadían el
municipio. Por tanto, el jefe político evidenciaba sus dudas sobre los
munícipes de Novelda, pues éstos probablemente mostrarían sus recelos a los
decretos emitidos por las autoridades provinciales. El jefe político de
Alicante recomendaba reunir una agrupación militar suficiente para poder dar
estabilidad a la zona. La Diputación acordó remitir escritos al Ayuntamiento de
Alicante y al comandante militar para aglutinar un destacamento que se pudiera anexionar
al contingente del jefe político y estabilizar los pueblos.
La Corporación ilicitana
acordó enviar un suplicatorio al jefe político de Alicante suscrito el 29 de
agosto. La petición solicitaba la intermediación ante la autoridad militar de
Valencia, con el objeto de que el capitán de artillería Rafael Melgarejo fuera
nuevamente destinado a la persecución de Jaime Alfonso y sus secuaces, dada la
dedicación y patriotismo que había expresado en las misiones encomendadas.
En la sesión de la
Diputación de 30 de agosto, el presidente expresó su decisión de trasladar los
presos desde las cárceles de Novelda y Monóvar a Alicante para impedir la
excarcelación proyectada por Jaime Alfonso y sus secuaces, El jefe político
aprobó la medida aconsejando que se hiciera extensible a todos los pueblos
susceptibles de ser sorprendidos por los facinerosos. Asimismo, el presidente
presentó un sumario incoado por el juez de 1ª instancia de Novelda contra el
Ayuntamiento de Monóvar, por haber resuelto que la población no se defendiera
de los facciosos en la noche del 19 de agosto. El Pleno ratificaba la propuesta
aseverando que no solo debían ser depuestos los alcaldes y regidores del
Ayuntamiento de Monóvar y reemplazados por los munícipes de años anteriores, sino
que debía proseguir el procedimiento para castigar a los responsables. El jefe
político de Alicante declaraba en misiva a la Diputación que los facciosos
invasores de Novelda y Aspe estaban dispersados y que se encontraba en Novelda.
Nuevamente el Cabildo noveldense manifestaba la falta de recursos para atender
a los suministros de las tropas existentes en la villa y solicitaba
habilitación para pedir alguna cantidad a los vecinos pudientes, De igual modo,
el encargado de la seguridad de Novelda solicitaba la aprobación de una junta
denominada Volante Constitucional,
formada por un grupo de ciudadanos voluntarios con objeto de perseguir a los
malhechores, abonando 5 reales a los milicianos de infantería y 10 reales a los
de caballería. La Diputación aprobó la formación de dicha partida, condicionada
a que los milicianos percibieran la parte correspondiente de raciones y
alojamientos, de igual modo que los soldados.
Las autoridades
regionales intentaron coordinar acciones conjuntas para contrapesar las
acciones de los facinerosos. En los primeros días de septiembre el comisionado
de la Diputación de Alicante, Rafael Bernabéu se reunió con los delegados de las
provincias de Murcia y Chinchilla, concertando un acuerdo para el acecho de
Jaime Alfonso y sus secuaces.
A inicios de octubre, el
regimiento de la princesa estaba acantonado en las villas de Aspe y Novelda. Tenía
confiada la misión de realizar patrullas de reconocimiento por el territorio a
la par que lo ejecutaban las milicias de Alicante, Elche, Elda y Monóvar. Pese
a ello, los caminos permanecían inseguros. José Alfonso actuaba con 10 ó 12
secuaces asaltando a carreteros y transeúntes, y presentándose ante los
hacendados, a los que extorsionaba con distintas peticiones. Caso de no ser
cumplidas les quemaba o destrozaba las haciendas y casas de campo, sucesos que
se habían verificado en el campo de Monóvar. Las víctimas que sufrían los pillajes
eran labradores, comerciantes y artesanos de pensamiento liberal, dejando los
ladrones indemnes a los individuos desafectos al sistema constitucional.
El 8 de octubre, la Junta Provincial facultó al Consistorio de Novelda para que
repartiera entre sus vecinos 7.000 reales, con objeto de cerrar el pueblo y
afianzar la seguridad pública. Igualmente aprobaba una asignación de 5 reales
diarios a una patrulla de escopeteros instituida por el Ayuntamiento de
Crevillente para el hostigamiento de forajidos. El 12 de octubre la cuadrilla
de Jaime entraba en Albatera liberando a los presos recluidos en la cárcel
(Escudero Gutiérrez, 1982, 85).
El nuevo jefe político
provincial reiteraba la importancia de vigilar constantemente a los facinerosos
de la Sierra de Crevillente para la preservación del orden público y
constitucional. Recomendaba que las partidas de paisanos constituidas por su
predecesor, y con los conocimientos orográficos que poseían de la comarca,
podrían prestar un inestimable servicio al orden constitucional si dispusieran
de fondos. El presidente de la Diputación acordó conceder 6.000 reales, pero la absoluta carencia de
caudales, obligaba a instar una petición al Intendente para que anticipara los
fondos en calidad de reintegro. La Diputación recomendaba a su primer
dignatario para que instase una petición al jefe político provincial invitándole
a que notificase al monarca la absoluta necesidad de que subsistieran las
partidas en persecución de malhechores, y que el gasto generado se cargarse al
presupuesto del Ministerio de Guerra u otros fondos que considerase.
En la sesión de 29 de octubre, se dio lectura a un oficio del Intendente de la
provincia ordenando la entrega al jefe político de Alicante de los 6.000 reales
destinados a los grupos en persecución de Jaime Alfonso. A su vez el
Ayuntamiento de Aspe manifestaba la absoluta carencia de fondos para dotar de
armamento a la milicia local y dada su proximidad a la Sierra de Crevillente,
solicitaba vender una finca de propios, accediendo a su ruego la Diputación
siempre que se empleara para el fin descrito.
Un grupo de ilicitanos
fugados de la prisión y sobre los que pendía condena por delitos políticos
menores, se ofrecieron al jefe político de Alicante y al Consistorio de Elche
para perseguir de muerte a Jaime y su cuadrilla, a fin de redimir
la pena y en espera de obtener el indulto real. El jefe político aceptó la formación de la partida, que debía
ser auxiliada económicamente por el Cabildo ilicitano y ponerse a las órdenes
de Francisco Jaramillo, comandante del Cantón de Crevillente .
El coronel Jaramillo emitió un parte fechado
el 19 de noviembre en Aspe, describiendo una refriega acontecida con los
bandidos. Un destacamento de tropa comandado por el sargento Meco, atravesaba
las montañas desde Novelda en dirección hacia Crevillente. Hallándose a media
hora de Crevillente, avistaron a los facinerosos en un promontorio denominado La Marica, la tropa gateando sigilosamente
se aproximó todo lo posible para sorprender a los bandoleros. Avistaron a nueve
individuos sentados que estaban cambiándose de ropa, los soldados abrieron
fuego respondiendo los bandoleros que rápidamente se dieron a la fuga. Los
militares acecharon a los bandidos durante un cuarto de legua rastreando unos vestigios
de sangre, abandonado finalmente la persecución por la fatiga que experimentaba
la tropa. Prontamente acudió a la zona la milicia local de Crevillente capitaneada por los alcaldes
constitucionales, para auxiliar a los soldados, pero sin obtener mayores
resultados. Los objetos requisados a los ladrones fueron vendidos y el producto
repartido entre la tropa a partes iguales, recibiendo 25 reales cada soldado.
En la sesión de 25 de
noviembre, la Diputación reseñaba un oficio del coronel Jaramillo expresando la
total inexistencia de recursos para socorrer a las partidas armadas que
operaban bajo su mando en la Sierra de
Crevillente. El presidente resolvió se concediesen 8.790 reales, correspondientes
a tributos que adeudaban a la Diputación los municipios de Aspe, Novelda,
Monforte, Petrel, Monóvar, Pinoso y Crevillente, cursándose notificación a los pueblos para
que entregaran la parte correspondiente al coronel.
El 14 de diciembre, Jaramillo manifestaba la imposibilidad de cobrar las
cantidades libradas por la Diputación contra los pueblos deudores –salvo
Petrel– tras el plazo concedido. La Diputación acordó apercibir a los
Ayuntamientos, sino abonaban de inmediato el importe adeudado, se le exigiría
1/6 parte más del débito como sanción y se tomaría vía de apremio contra sus
munícipes. Asimismo se cursaría un escrito al jefe político para que instruyese
providencias contra el Ayuntamiento de Novelda, ya que se resistía al pago de
los haberes devengados por los individuos de la partida volante constitucional
de Novelda.
En Crevillente se afirmaba
que José Alfonso había resultado herido en la última contienda con la tropa.
Un ulterior comunicado notificaba que la tropa abatió a tres componentes de la
facción de José Alfonso, entre ellos al célebre Babaloy, uno de los principales artífices del derribo de la lápida
constitucional en Aspe y presente en el asalto a Novelda. El mismo comunicado
expresaba que el coronel Jaramillo había capturado a un confidente y amigo del
Barbudo apelado Balaga. El bandido
fue herido en una casa de campo durante una refriega con la tropa, pero logró
escapar merced a la escabrosidad del terreno. Por último, fue detenido en la
iglesia de Monforte, oculto por el sacristán en el camarín de la Virgen.
En el mes de diciembre se celebraron
elecciones a los ayuntamientos de Elda, Aspe, Monforte, Elche, Monóvar y otros
pueblos. El periódico resaltaba la excepción acaecida en Novelda. Perseguidos y
ausentes casi todos los liberales de la villa por la acciones de los facinerosos,
prevalecieron en los comicios los opositores al sistema constitucional. Mal
augurio para la comarca, aseverando que en Novelda habían surgido malhechores
de la talla de Marrana, Babaloy, los Valores, los Picos y otros.
A(rchivo) de la D(iputación) P(rovincial) de A(licante).
Actas del pleno de la Diputación 1822-23. Legajo 24.475/1. fol. 6.