Lo que sigue
bien podría ser una declaración de principios ante las continuas agresiones que
sufre nuestro pasado, en especial el arquitectónico y urbanístico. La
administración en sus distintos niveles hace alarde de una concepción
reduccionista, minimalista, fuera de lugar en lo que debería ser la intencionalidad protectora de
manera que, por ejemplo, los Huertos de palmeras se dividen en dos (puede que
en mas) por estar dentro o fuera de los límites de lo que se considera
Patrimonio de la Humanidad; encima la protección afecta única y exclusivamente
a las Palmeras y los sistemas de riego, dejando al margen por ejemplo los
edificios históricos anexos o sencillamente los que había cuando los huertos se
declararon Patrimonio. Casas típicas del campo de Elche en su entorno casi
urbano, villas residenciales finiseculares, Masías, estudios de
intelectuales...
Incluso en lo más protegido como El Misteri o El
Palmeral, las ambigüedades, la ausencia de inventarios detallados, de elementos
sobre los cuales debe extenderse la figura de la protección en muchos casos se suponen cuando existe esa voluntad y en otros casos
sencillamente no existe así que pueden producirse desafecciones del régimen
protector hasta acabar con la protección por la vía de la acumulación de lo que
yo llamo micro-ataques que al final terminan poniendo en sordina la voluntad
protectora; así la Acequia Mayor
languidece convertida en casi todo su recorrido en una alcantarilla; el número
de Populus Euphratica disminuye de un año a otro, la de Marchena ha
desaparecido definitivamente, los partidores y las acequias de derivación, el
agua misma, los usos y costumbres, ...todo está poco a poco viniéndose abajo.
Y lo digo por el excelente
artículo de José F. Cámara publicado en el Diario Información, que presento traducido desde mi escaso bagaje a efectos de que se conozca también entre
aquellos incapaces de entender su contenido porque se escribió en
valenciano-catalano-balear, pese a la sencillez de sus afirmaciones. Más
miserabilismo, porque al final lo importante es lo que se dice, sea el idioma
que sea y lo digo por las derivaciones de los comentarios en la publicación
original que terminaron lamentando que se escribiera en ese idioma, o sea
hablando de idiomas y no de patrimonio, quedándose en lo accesorio y obviando
lo esencial.
También porque
considero el artículo de Cámara el mejor prólogo para el documento que
presentaré en la próxima entrada, la separata de la Guía de la arquitectura y el urbanismo de la provincia de Alicante, que contiene en buena parte lo que más abajo se cita, pero eso lo dejaremos para el próximo día.
Catàleg
mullat / José F. Cámara[1]
Patrimonio.
A lo largo de treinta años se han pintado y repintado fachadas como la de la
Casa del Ciri, se ha dejado actuar sobre el entorno del edificio, pasó en el
Hort del Gat y en tantas casas rurales de aquellos huertos convertidos en
patrimonio mundial.
Treinta
años han pasado desde que se publicó el 4 de agosto de 1982 en las páginas de
este mismo diario un inventario que arrojaba luz por fin, al patrimonio
violado, saqueado y destrozado de nuestro pueblo. Era un Catálogo de Edificios
Protegibles dividido en cuatro grandes bloques: Yacimientos arqueológicos,
Conjuntos y elementos del Campo de Elche, Conjuntos de la ciudad de Elche y
elementos de la ciudad de Elche. Firmado por el alcalde Ramón Pastor y rubricado
por el Secretario Lucas Alcón, los técnicos municipales sentaban los
fundamentos que permitirían la conservación o, al menos, la consecución de las
herramientas convenientes para mantener lo que entonces aún estaba en pie.
Mirado
treinta años después, el Catálogo suponía una dosis de ingenuidad, es cierto,
pero a la vez, de esperanza, de una cierta ilusión en aquel clima de
recuperación de una normalidad que, rota hacía cuatro décadas, favoreció que
unos estudiantes de arquitectura de Madrid vinieran a Elx en la década de los
veinte para proyectar calles, plazas y edificios que conformarían una
contundente reforma urbana de aquel pueblo que conoció Pedro Ibarra. Llegó
aquel inventario en un momento en el que se acababan de derribar la casa de la
Mutua, la antigua Pescadería y la casa Gómez, en que el hambre inmobiliaria
empezaba a fijarse en las casas del Raval, era aún el tiempo para no dejar
escapar la oportunidad, como escribió Gaspar Jaén en su “Guía de la
arquitectura y el Urbanismo de la Ciudad de Elche”, de preservar para la
posterioridad una muestra de la ciudad y la vida de nuestros padres, de algo
que iba quedando detrás.
El
catálogo era consecuencia de los trabajos que había empezado el arquitecto
ilicitano partiendo de la curiosidad por la arquitectura de su ciudad, donde
nació y creció, de las calles y casas que le habían acompañado en la memoria:
la publicación en 1978 de una “Guía provisional de arquitectura de la ciudad de
Elche”, con 70 edificios, una exposición de fotografías de Andreu Castillejos y
Juli Moreno, la edición del catálogo de arquitectura de la ciudad de Elche”
(que incluía unos 300 edificios, calles y plazas) y que daría paso en 1980, al
Inventario de arquitectura del termino municipal de Elche por el Ministerio de
Cultura, con un total de 83 edificios del pueblo, 17 edificios del campo y 10
conjuntos urbanos y rurales.
Conformaban
el catálogo aprobado 71 elementos y dos conjuntos del núcleo urbano, 23
elementos y 4 conjuntos de campo, a los que añadían 36 lugares arqueológicos. A lo largo de los
años se ha visto revisado de acuerdo con determinadas decisiones políticas e
intereses económicos, hasta llegar al Plan Especial de Protección de Edificios
y conjuntos de 1998. A pesar de todo lo más grave no es la falta de respeto en
el tratamiento por parte de promotores y arquitectos, con alevosía y sin nocturnidad, sino que en su nombre se
han rehabilitado edificios enteros y rehecho fachadas , se han convertido
conjuntos arquitectónicos en montones de polvo y escombros. En fin, gracias a
un cumplimiento más o menos restrictivo ningún implicado en el proceso
arquitectónico se ha preocupado por el interés de determinado elemento en el
paisaje o en su importancia social en la ciudad. La existencia de un catálogo
con niveles de protección les ha liberado de cualquier decisión de índole
moral. Hay excepciones, claro, como la adecuación del cine Capitolio, pero se
cuentan con los dedos.
La ambición del catálogo se aprovechó, no
para mantener los edificios listados sino para derribarlos y volverlos a
levantar, como los casos de la antigua caserna de la Guardia Civil de la Calle
Beethoven, la casa racionalista de la Calle Jorge Juan o la casa nobiliaria de
los Condes de Torrellano, en la que se mantuvo la fachada, el único elemento que
en muchos casos se ha salvado del edificio original, como la fachada del
Alcazar, perdido para siempre jamas su interesante interior. En otros casos en
los que el Plan aseguraba la protección ambiental, ni tan solo eso. De hecho,
intentando recuperar el aspecto exterior, se han sustituido casas modernistas
por copias como ocurrió con el antiguo edificio de la Coral Ilicitana y con el
edificio de viviendas y fábrica neoárabe de la calle Almòrida.
Durante treinta años se han pintado y
repinado fachadas como la Casa del Ciri y las casas racionalistas de la
Corredora o el Carrer Ample, se ha dejado actuar sobre el entorno del edificio,
pasó en el Hort del Gall y en tantas casas rurales de aquellos huertos
convertidos en patrimonio mundial. Hemos sido testigos año tras año de la
desaparición de casas señoriales, como la de los Roca de Togores, y casas
solariegas como la del Hort de la Creu, de casas art decó y casas racionalistas
como la de la calle Pasaje. Lo hemos dicho, nos hemos quejado pero continuamos
viendo aún como se dejan caer edificios como el de el Huerto de Mezquita, como
se deja perder la casa original del Huerto de San Plácido, como no se han
cuidado las calles alrededor de la Basílica de Santa María, objeto de una
reforma tras otra, aunque no tanto como la degradación urbanística del Raval de
Sant Joan, permitida por las autoridades durante décadas.
En el campo, donde el control es aún más ligero, las
pérdidas han sido igualmente severas: la Torre de Carrús, la casa modernista
con torreta arrasada por la ampliación del Parque Industrial, las casas
señoriales o las torres vigías. Particularmente doloroso es el caso de la Torre
Estaña, olvidada en los Atzavares hasta que cayó. Como tantas otras, como la
casa del Huerto de Peral (Sán Ramón). O incluso el Pantano, dejado morir, como
tantas construcciones relacionadas con las acequias y el agua, que ha regado
durante siglos los huertos de la ciudad. Ls Catálogo ni tan solo ha sido una herramienta para convertir en Bienes de Interés Cultural
algunos excelentes elementos como el Puente de la Virgen (cuando era viejo), el
Puente Nuevo y aquel Puente de los Gitanos, el acueducto de Riegos de Levante,
y eso que se lo propuso el IEBV al Ayuntamiento de Elche hace un par de años.
No ha servido para extender la protección, edificios modernos como el Mercado del Pla, que apenas empezó a ser y ya ha desaparecido y otros que podían haber conocido otra vida como los cines Avenida, Ideal y Central, a los que no se les ha permitido tener una segunda oportunidad.
Así, hemos asistido indefensos al
menosprecio de los bienes arquitectónicos de Elche ante actuaciones que han
convertido el Catálogo, suponemos que en vías de renovación con un listado de
bienes de Relevancia Local, en papel mojado, deshaciendo la tinta sobre la
cual, en el seguimiento de la concienciación también democrática del patrimonio
se ha perdido la ilusión de hace treinta años.
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