Ya se avecina la fiesta, se sienten los aromas ilicitanos. Se monta el cielo, se editan los abanicos festivos...
O sea que me sale una vena localista tan elemental que da pena. La mente chapotea cada vez más con las calores y salen estas cosas, que le vamos a hacer. Seguimos:
Se avecina la fecha de la tradicional plantá de las barracas y no me refiero a la barraca popular y otras zarandajas, sino al cobijo vacacional de los ilicitanos pobres, que los ricos tenían casa en Santa Pola. En la restinga de la relicta Albufera de Elche, en lo que hoy son Gran Playa y Playa Lissa, separadas por la gola de “El sequió” en donde muchos practicábamos la pesca de angulas más elemental que uno pueda imaginar con sacos de arpillera. Ahí, digo, nacía en una sola noche una hilera continua de construcciones efímeras de madera afirmadas con puntales clavados en medio de la arena. Y he aquí un libro que debería ser de lectura obligatoria, por la gran cantidad de anécdotas, canciones, gastronomía, costumbres y refranes populares que evoca y que su autor ofrece en formato digital para quien tenga un rato a la sombra con una paloma en la mano. Me refiero a Jaime Gómez Orts y su libro: Las barracas a la vora del mar en: http://www.playalissa.com/Las%20Barracas.pdf
Como nota curiosa, hoy precisamente en La Verdad, un artículo del autor rememora casi sin querer el periplo anual a la costa de los ilicitanos:
Y hoy también he estado en una fantástica humorada: el grupo de Facebook Queremos que vuelvan las Barracas a Playa Lissa y la Gran Playa: http://cy-gb.facebook.com/group.php?gid=239761406142
Sobre el que recomiendo hurgar porque salen fotos más que interesantes y hay conexiones para ampliar la vena localista. Por cierto que la web costera y húmeda Carabassí.net también nos regala algunas fotos si entramos a “fotografías antiguas”. Las de Playa Lisa y Gran playa son impresionantes porque están hechas justo tras la “expulsión” de las barracas; en ellas ya se ve el parcelado del saladar anunciando lo que ahora hay. Muchos compraron, otros prolongaron la tradición trasladando las barracas a la pinada de La Marina, de donde fueron nuevamente expulsados; otros acudieron al camping municipal del Pinet, montado a toda prisa para solucionar el problema y que enseguida se quedó pequeño. También estaba la acampada de la Unión Excursionista. Otros cambiaron la barraca por la faeneta en el campo rememorando sus orígenes. Con cierta perspectiva histórica, todo fueron pasos sucesivos para ser finalmente relegados a la impotencia. (V. Las condiciones climáticas y marítimas como factores de localización del turismo histórico alicantino / Fernando Vera Rebollo: ”...desde los inicios del siglo XIX, con una diferenciación clara entre la numerosa concurrencia del entorno rural que veranea en barracas y las “familias distinguidas” de Elche que cuentan con chalés propios o alquilan casas en el casco de la población...” ). Lo cierto es que esa peculiar migración o peregrinaje estacional con más de 150 años de historia terminó. Y aunque los de Playa Lissa afirmen lo contrario y se crean herederos y mantenedores de las tradiciones, no es lo mismo. Al final me quedo con que el proletariado urbano procedente en su mayor parte del campo de Elche construyó durante ese tiempo una seña mítica de identidad de los ilicitanos. Me temo que en treinta años más nadie se acordará de ellas ni de la cultura asociada. Eso es lo peor.
Imagen de la portada digital del libro, tal y como aparece en http://www.playalissa.com/
Que un cráter lunar se llame Perito en Lunas Miguel Hernández
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