Como un ejemplo de lo que dice Gonzalo al final del artículo que más abajo se reproduce, mi familia y en general el vecindario de mi infancia se refería con cierta frecuencia a un personaje que aun hoy sigue siendo un mito entre la ciudadanía local. Para indicar la afición desmedida a lo ajeno de alguien decían: ... eixe es mes lladre que Jaume el de la Serra... Recuerdo que en cuanto preguntaba salían las historias del bandido generoso que robaba a los ricos para repartírselo a los pobres, en una visión no exenta de ambivalencia. Jaime el Barbudo, como El Tempranillo y otros bandoleros de la época terminó trascendiendo fronteras transformado en personaje literario al que se dedicaron novelas y piezas de teatro e incluso en nuestros días, sesudos análisis sobre su importancia o sentido histórico. Nacido en Crevillente, ciudad que presta especial cuidado a su memoria, ejerció en las primeras décadas del XIX, época en la que casi tras cada peña se escondía un bandolero; combatió al francés y después al liberalismo y terminó verdaderamente mal, como veremos.
Y todo esto viene a cuento porque Gonzalo Martínez Español acaba de pasarme un interesante y ameno artículo biográfico publicado inicialmente en Aspis, Revista de Moros y Cristianos de Aspe del año 2007 que gustosamente reproduzco, con mis inevitables añadidos. También sirvió de material preparatorio para su conferencia Las andanzas de Jaime el Barbudo, de la leyenda a la realidad leída en las III Jornadas de investigación organizadas por el Museo Histórico de Aspe en el año 2009, con el lema “Visiones de la Historia. Cuando la leyenda se hace realidad” y para más cosas que otro día contaré.
Jaime el barbudo
Gonzalo Martínez Español.
Entre miles de malhechores surgidos en las primeras décadas del siglo XIX, Jaime el Barbudo es sin duda, el bandolero valenciano que ha gozado de mayor popularidad, pasando a formar parte de la leyenda y de la literatura. Su procelosa vida está entremezclada con los mitos forjados a su alrededor; sus hazañas han sido trasmitidas de padres a hijos, constituyendo parte de la tradición oral de numerosos pueblos del sureste alicantino y murciano, siendo contemplado como un héroe marginado, un bandolero segregado de la sociedad de forma fortuita e injusta, que reparaba injusticias, robando a los ricos y auxiliando a los pobres.
La literatura romántica decimonónica aprovechó el influjo y fascinación popular que ejercían los bandoleros, para crear personajes literarios de tonos melodramáticos, por lo común alejados de la realidad de los protagonistas. En el caso de Jaime Alfonso, el escritor Ramón López Soler publicó en 1832: “Jaime el barbudo, o sea, la Sierra de Crevillente”, novela en la que difiere considerablemente de la realidad del Barbudo. Del mismo modo, Sixto Cámara teatralizó las aventuras del bandolero en 1853 bajo el título: “Jaime el Barbudo y la cámara ardiente”.
En 1868, Francisco Sales Mayo editó la obra: Jaime el Barbudo o los bandidos de Crevillente, y en 1873, Florencio Luís Parreño hizo lo propio con el libro: Jaime Alfonso el Barbudo, el más valiente de los bandidos españoles, edición corregida en 1883, sendas novelas de clara intencionalidad biográfica. Otros autores han reflejado las proezas del Barbudo utilizando cauces artísticos alternativos, tal es el caso del jumillano Julián Santos Carrillo que compuso la zarzuela Jaime Alfonso el Barbudo, con libreto de Lorenzo Guardiola, estrenada en Jumilla en el año 1956. Recientemente, el reconocido ilustrador Miguel Calatayud, –paisano nuestro–, reprodujo la vida del Barbudo en su cómic el pie frito, obteniendo el primer premio en el XVI certamen del salón internacional del cómic de Barcelona.
Las circunstancias sociales y económicas que atravesaba España a principios del siglo XIX, propiciaron el incremento del bandolerismo. La organización socio–económica del Antiguo Régimen se estaba descomponiendo e iba a provocar una serie de modificaciones, mudando la posesión de la tierra desde el dominio señorial hacia un sistema capitalista, que desencadenó la concentración de tierras en unas pocas manos y la proletarización de un gran número de campesinos, provocando grandes desigualdades sociales y abocando a muchas personas al mundo de la marginalidad. A esto se unió una crisis de autoridad de los poderes públicos, que se veían impotentes para reprimir buena parte de las actividades delictivas, asociado a etapas de dificultades económicas, más un clima político de guerras y confrontaciones permanentes.
La base documental para abordar la figura del Barbudo es escasa, y ha sido expuesta por distintos investigadores. En la partida de bautismo conservada en la parroquia crevillentina de Ntra. Sra. de Belén, figura que Jaime Joseph Cayetano Alfonso Juan, nació en Crevillente el 23 de octubre de 1783, era hijo de humildes jornaleros. Desconocemos como transcurre su infancia, aunque Hernández Girbal[i] expresa que era un muchacho de carácter retraído, atareado en guardar ovejas en Hondón de las Nieves –por entonces término de Aspe–, apacentando los ganados entre las sierras del Algayat, la Solana y la Sierra de la Madera.
Afincado en Crevillente, contrae nupcias con Antonia García el día 1 de agosto de 1803 contando 22 años de edad. Dedicado a actividades de jornalero, en 1806 está guardando unas viñas en Catral, y sorprende a un merodeador apelado el “Zurdo”, que quiere robar unas uvas, con el que entabla una fuerte discusión que acaba en reyerta, Jaime le hiere de muerte, y desconfiando de la acción de la justicia, busca refugio en el monte. Una versión distinta apunta a que siendo soldado en 1804, Jaime solicita permiso para visitar a su madre gravemente enferma, licencia que le deniegan, y en un momento de desesperación deserta y se interna en la sierra. Otra adaptación señala que al estar su madre encarcelada por insolvencia, Jaime acude a visitarla en la prisión y pugna con el carcelero ante los impedimentos que éste le pone, golpeándolo mortalmente.
Los relatos novelescos refieren que la banda de los Mojicas le encuentra errático y maltrecho en el monte, le procuran cuidados, apelándole el Barbudo por la crecida barba que porta, Jaime se integra en la cuadrilla, tomando parte en las fechorías, con las que adquiere destreza y un gran conocimiento de las sierras. El Barbudo repudia los crueles procedimientos de los Mojicas, tal como embestir perros amaestrados hambrientos a sus víctimas. En una ocasión salva de dicho lance al Marqués de Rafal, que queda en deuda con el bandido. Llegado el día, Jaime no tolera más los métodos de los hermanos Mojicas, y en una enconada discusión, en la que se le adhieren algunos integrantes de la banda, mueren dos hermanos y el tercero de los Mojicas huye, quedando Jaime como jefe de la partida en el año 1808, fecha en que las tropas napoleónicas invaden la Península.
Mientras España empieza a desgarrarse en una cruenta guerra contra los franceses, Jaime se convierte en el dueño absoluto de caminos y montes, e impera desde la vega sur del río Segura hasta los valles del Vinalopó, apoyado por una red de espías y confidentes, que le tributan servicios a cambio de una retribución económica o por temor a represalias. Entretanto, el bandido ha enviudado y en el año 1810 vuelve a contraer matrimonio en Crevillente con Maria Antonia Sol.
Siguiendo las narraciones literarias, éstas refieren que la cuadrilla de Jaime se incorpora a la lucha guerrillera contra los franceses, utilizada en su beneficio para efectuar asaltos y robos; participa en múltiples escaramuzas bélicas, que se extienden por tierras andaluzas y manchegas, colaborando con la partida de Villalobos. El Barbudo da muestras de un gran arrojo en el combate ante el francés, al que destruye convoyes, sorprende destacamentos, captura correos, etc. Con la retirada de las tropas napoleónicas en 1813, Jaime regresa a Crevillente, tras haber recibido el indulto en reconocimiento a los méritos obtenidos en la lucha contra los franceses, y retoma las ocupaciones agrícolas y ganaderas, junto a su esposa e hija.
Su inquebrantado espíritu aventurero, y la obtención del sustento por un medio más rápido y menos fatigoso, le impulsaron a reemprender la azarosa vida delictiva en 1815. El acicate sería unos imprudentes comentarios de su hacendado arrendador, que le califica como asesino y ladrón, detentador de unos bienes producto de la delincuencia. Llegado a oídos de Jaime, éste opta por darle un escarmiento asaltando un envío de carros que transportaban frutos y dinero de su antiguo propietario. En el hurto se le agregan antiguos miembros de su gavilla: Pascualeta, el Partidor, Caga Doblones, El Blusa, Matamoros, Marrana, etc. La cuadrilla reemprende los asaltos y robos a mercaderes, carreteros y viajeros. Sus correrías se extienden por tierras murcianas y alicantinas, dueño y señor de riscos y montes que no le ofrecen secretos, señorea en las Sierras de la Pila, El Carche, Salinas, el Cantón de Abanilla, El Algayat, el Reclot, la Sierra de Crevillente, etc, en las que encuentra refugio en cuevas y ventas, apoyado por los lugareños, que le informan al detalle de los bagajes y personas que circulan por los caminos.
Son renombradas sus temerarias incursiones en Orihuela, el asalto a la venta del Gitano en Villena, los continuos saqueos a los participantes en las ferias comarcales (Petrel, Orihuela, Elche, etc.). Su persecución resultaba estéril para las compañías de escopeteros y soldados que le andaban a la zaga, ya que los bandidos recibían el apoyo de su red de espías y cómplices, siendo puntualmente advertidos de cualquier peligro. No sólo se valían de noticias verbales, sino de multitud de signos y señales convenidos, tales como canciones, músicas, fogatas, cohetes, rayas en las rocas, colgajos en los árboles, cruces en los caminos, manchones en las tapias, todo lo cual les permitía una actuación segura y una huida tranquila. El Barbudo se desenvolvía con una gran destreza en el arte de la guerrilla, rápidamente agrupaba o dividía a su gente según la necesidad, imprimía gran agilidad en sus movimientos y manifestaba una enorme astucia en confundir a sus rastreadores. Distintos cuerpos de tropa y compañías armadas de civiles anduvieron a la caza del Barbudo sin obtener fruto. En 1819, el capitán general de Valencia había comisionado al coronel Francisco Samper al objeto de capturar a los facinerosos. Los pueblos tenían obligación de auxiliar con refuerzos armados a los soldados, el coronel Samper demandó al Cabildo ilicitano el apoyo de una cuadrilla de escopeteros, con el fin de tomar posiciones sobre la sierra del Tabayá y permanecer en continua observación, al objeto de detectar los movimientos de la partida de Jaime Alfonso. El Ayuntamiento ilicitano aprueba enviar 6 hombres y un comandante al punto solicitado.[ii]
El Barbudo ejercitaba severas venganzas contra sus opositores, quemándoles casas y cosechas e imponía una contribución a transeúntes, trajinantes y carreteros para circular sin riesgos. Al poner precio a su cabeza, se vuelve receloso y deja de pernoctar con su banda. Su estrategia se diversifica, practicando robos en alquerías y casas de los pueblos, y en menor medida en caminos, asimismo adopta el secuestro de personas como método de extorsión, solicitando un rescate a cambio. Al respecto, Manuel Cremades recoge el anecdótico secuestro del aspense Ambrosio Gumiel, testimoniado por su hija Dolores. Siendo Ambrosio niño, su hacendado padre le envió con un carretero a Orihuela para cursar estudios, cuando transitaban por la Garganta de Crevillente le salieron al paso Jaime y su banda, el bandido raptó al niño pidiendo mil onzas de oro por el rescate, que abonó el padre. El trato dispensado al niño fue tan considerado que cuando cogía alguna rabieta pedía volverse con el bandido.[iii]
Jaime disfrutaba de un enorme ascendiente sobre las gentes de la comarca, en buena medida motivado por la generosa actitud con los humildes. En su viaje por España, el británico conde de Carnavon, menciona la figura de Jaime el valenciano, afirma que éste pagaba los impuestos de cuanto menos cinco pueblos, protegiendo a los campesinos e incluso aportando dotes para el casamiento. La prensa del momento recoge el asalto a un comerciante ilicitano al que robó 7.000 pesos, firmándole un recibo de haber sido desvalijado “por el rey de la Sierra de Crevillente”, cantidad que más tarde repartió en Albatera. Otra referencia alude al día de Resurrección de 1821, en el que distribuyó 20.000 pesos entre los habitantes de Crevillente, previamente expoliados a un comerciante oriolano.
El pronunciamiento militar de Riego, permitió instaurar la Constitución de Cádiz en 1820, limitando el poder absoluto del rey. El gobierno liberal, inquieto por el ascenso que había experimentado el bandolerismo, denegó el indulto cursado personalmente por el Barbudo. En el manifiesto, Jaime justificaba su rebeldía contra el orden social: “Queda demostrado que no soy un homicida ni un criminal por seguir el único medio que el derecho de la naturaleza me preescribe cual es el de conservar mi vida... que el tomar lo necesario para vivir no envuelve crimen alguno, pues en la extrema necesidad todos los bienes son comunes(...) Mi conducta honrada me ha facilitado la confianza de los esposos de cuyas mujeres y familias jamás he abusado(...) y un dinero que he adquirido a costa de riesgos y de mortales fatigas, ha sido distribuido entre el espartero hambriento, el sencillo cabrero, el sediento carretero...”[iv]
En consecuencia, Jaime se adscribe a la causa realista, constituyendo una de las numerosas cuadrillas defensoras del monarca absoluto. Los realistas conspiraban con el apoyo de buena parte del clero y la nobleza a fin de restituir el omnímodo poder real. Las autoridades constitucionales dispusieron medidas para combatir a las partidas facciosas. El jefe superior político de Valencia, Francisco Plasencia, se dirige a los alcaldes y justicias de Crevillente. Novelda, y Aspe, ordenando pongan todos los medios y aúnen sus fuerzas en la persecución de Jaime, y advirtiendo de severos castigos a las autoridades cuya negligencia les convirtiera en cómplices o encubridores.
Los alcaldes cruzan circulares para entrevistarse e iniciar las batidas, el alcalde de Novelda da cuenta del apresamiento de dos bandidos de la partida del Barbudo en mayo de 1821, señalando el poco empeño de los alcaldes de Crevillente y Aspe en perseguir a Jaime. A uno de los presos apelado José Onteniente, se le ofreció respetarle la vida si colaboraba en la detención de la cuadrilla. Jaime amenazó con tomar represalias en Novelda. En respuesta, Francisco Plasencia ordena que si se quitaba la vida a algún vecino de Novelda, sin dilación se colgara de un árbol al preso José Onteniente, aunque este procedimiento no era el cauce habitual que debía seguirse.
Tras un encuentro con los bandoleros, Juan Navarro, integrante de la milicia de Novelda, había dado muerte al bandido Marrana, componente de la partida del Barbudo. En un decreto trasmitido el 7 de agosto de 1821, el rey ordena que se gratifique con 10.000 reales de vellón a Juan Navarro, el precepto fija a su vez 30.000 reales de recompensa por la captura de Jaime Alfonso, 10.000 reales por cada miembro que estuviese integrado más de cuatro años en la banda y 6.000 reales por los que la constituían en menor tiempo[v].
El Barbudo es acosado por milicias y fuerzas del ejército, pero sus hábiles maniobras consigue desorientarles. Emprende una nueva campaña asaltando y robando a los liberales, y entra en los pueblos destruyendo las lápidas constitucionales, tal es el caso de Albatera, Orihuela, etc. De igual modo, Jaime perpetró su entrada en la villa de Aspe el 19 de agosto de 1822 dando vítores al rey Fernando y a la religión, liberó a todos los presos retenidos en la cárcel municipal, y destruyó la lápida constitucional establecida en la plaza Mayor.
El rey permanecía coaccionado por los liberales pero alienta la insurrección, tratando de forzar la intervención de las fuerzas extranjeras. El 7 de abril de 1823 entra en España el ejército francés, y paulatinamente capitulan las plazas fuertes y ciudades, restableciendo a Fernando VII como monarca absoluto. Los dilatados servicios prestados a la causa realista proporcionan el indulto a Jaime, más la distinción del grado militar de sargento primero al servicio de la Corona. A principios de 1824 es llamado a la Casa Consistorial de Murcia al objeto de recibir órdenes, se aprovecha el momento para culparle de robo y asesinato, siendo encarcelado por orden del general Montes, se le instruye proceso judicial y es condenado a la horca.
El precipitado final del Barbudo parece ser consecuencia de maquinaciones políticas que pretendían eliminar a un incómodo aliado. El 5 de julio de 1824, Jaime es ajusticiado en la horca levantada en la plaza de Santo Domingo de Murcia. Al cadáver le fue aplicada una pena accesoria que no era infrecuente en la época, el cuerpo fue descuartizado y frito en aceite a fin de procurar un escarmiento ejemplar, los trozos quedaron expuestos en los distintos lugares donde había efectuado sus fechorías. La cabeza, metida en una jaula fue exhibida en la plaza de Crevillente, la mano izquierda en la esquina de la cárcel de Jumilla, la mano derecha en el puerto llamado de la mala mujer, el pie izquierdo en la Cochera, es decir en el camino que conducía desde Aspe a Elche, y el pie derecho en el camino de Hondón de los Frailes a Hondón de las Nieves.
El excepcional castigo viene confirmado por un documento publicado por Cayetano Más, mediante un suplicatorio realizado por el verdugo José Manuel Merino. Éste reclama los emolumentos pendientes de varios trabajos realizados en 1824, testimoniando: ”... en el día 15 de julio(sic) del mismo, executó la sentencia de muerte de horca, desquartizó y fritos los cuartos a que fue condenado un reo llamado Jayme Alfonso el Barbudo...”[vi].
El bandolerismo no quedó erradicado tras la muerte de Jaime, ya que los malhechores continuaron operando en nuestra comarca, entre ellos, algunos antiguos componentes de la partida del Barbudo. Otros se reintegraron a la vida cotidiana, tal es el caso de Francisco Martínez, vecino de Aspe, integrante de la gavilla de Jaime Alfonso, que fue indultado por su Majestad en 1824, y en cuya petición de clemencia hacía constar que se había adherido a la cuadrilla del Barbudo para combatir a los liberales.
Indudablemente, Jaime fue un personaje admirado y mitificado por la mayoría de las gentes de Aspe, quienes le brindaron apoyo y cobertura en sus acciones. El bandolero y su partida encontraban refugio en las numerosas cuevas y simas que contiene la Sierra de Crevillente, cuya vertiente norte, densamente poblada de vegetación, constituía por entonces el término municipal de Aspe.
Todavía persiste una reminiscencia del Barbudo en una frase popular utilizada en municipios como Elche o Aspe; pues a la hora de referirse a alguien amante de lo ajeno o que cobra precios abusivos por un producto, se emplea la expresión:“Ese es más ladrón que Jaime el de la Sierra.”
NOTICIAS ADICIONALES:
Una nota biográfica en prensa:
Y el acostumbrado enlace a Alicante Vivo:
Drama en verso accesible en digital, de Sixto Cámara
Jaime el Barbudo o sea, La sierra de Crevillente / Ramón López Soler ; edición de Enrique Rubio Cremades y María Angeles Ayala Aracil, completa en digital:
Obra lírica de Julián santos:
Interesante: Sender de Jaume el Barbut:
Noticia en La Verdad. Cueva de la Excomunión, refugio del bandolero en la Sierra de La Pila:
tema en un foro alternativo:
Para espeleólogos: Sima de jaime El Barbudo enYoutube:
Pinturas rupestres en la cueva de Jaime el Barbudo; revista El Grito:
[i] HERNANDEZ GIRBAL, Florentino (1968): Bandidos celebres españoles. Imprenta Depón, p. 134.
[ii] Archivo Municipal de Elche. Acta del Libro de Cabildos de 23 de Agosto de 1819.
[iii] CREMADES CREMADES, Manuel (1966):Aspe, Novelda y Monforte. Imprenta de Tomás Cerdán. Alicante, p. 100–101.
[iv] ESCUDERO GUTIÉRREZ, Antonio (1982) “Jaime el Barbudo: Un ejemplo de Bandolero Social” en Estudis d´historia contemporània del País Valencià nº3. Universitat de València, Facultat de Geografía i Història.
[v] A.M.E. Legajo H–105, doc. nº 29. Copia del edicto emitido por el Jefe Político superior de Valencia relativo a Jaime el Barbudo. Valencia ,7 de agosto de 1821.
[vi] MÁS GALVAÑ, Cayetano (1987): “Un documento inédito acerca de la muerte de Jaime el Barbudo” en Revista de Semana Santa Crevillente, p. 125.
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Que un cráter lunar se llame Perito en Lunas Miguel Hernández
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