Los ejércitos estaban en plena refriega. Los cantos rodados, pequeños y uniformes pese a las variaciones tenían que asaltar y conquistar la fortaleza. Mi imaginación se empeñaba en torno a una floración caliza en forma de castillo en medio de lo que en el futuro sería una calle, propiedad personal tras ciertos esfuerzos de convicción entre los iguales. Tampoco les interesaba tanto porque no era un juego compartido pese a mis intentos y no le veían la gracia después de un par de minutos, así que me dejaban en paz. La roca tenía formas de enorme fortaleza vertical, con notables hendiduras que separaban diversos espacios que solo con el tiempo supe que tenían nombre: el palacio, la torre del homenaje, las almenas, las barbacanas... Por supuesto, aunque estaba en ambos bandos, la defensa era lo mío. Había fabricado mi propio ejercito con trozos de ladrillo rojo que se movían en grupos disciplinados alrededor de un jefe más o menos prominente, muchas veces elegido con soporte para ponerlo vertical aprovechando la geometría de la materia prima. Pese a su escaso número siempre conseguían mantener la posición y a veces salir y derrotar completamente a los orondos atacantes. He llegado a pensar que allí ya estaba todo, entre otras cosas mi manía por fabricar posiciones defendibles y buscar portillos de salida. Bien, no es el tema. Estaba absorto en medio de la batalla cuando un colega me dice gritando emocionado: ¡mira, mira...! señalando en dirección a un hombre joven extrañamente ataviado, con zapatos brillantes (de charol, supe con el tiempo), con un extraño atuendo (camisa blanca, corbata y traje), con el pelo negro repeinado y tan brillante como los zapatos, que caminaba en dirección a las cuevas de La Rata, rincón local aún más marginal si cabe que el nuestro. En apenas unos minutos consiguió que todos los niños de los alrededores dejaran sus ocupaciones (como yo la batalla) para seguirlo con una especie de curiosidad morbosa y entretenida; no solo eran los detalles novedosos ya comentados, es que nunca habíamos visto algo semejante en nuestra corta vida y había que aprovechar. El sujeto en cuestión una vez comprobado su éxito involuntario fue ampliando las zancadas sin perder por ello gracia y donaire, probablemente impresionado por la caterva de niños que como legión creciente e incómoda le iba siguiendo. Algunos, puedo dar fe, con las velas colgando. Ahora cada vez que veo una barahúnda similar real o inventada alrededor de fotógrafos, periodistas, turistas en general y gente de bien en los muchos rincones malditos de este y otros mundos me acuerdo y pienso: yo también he estado. La víctima en cuestión terminó tropezando con una piedra y casi besó el suelo. Recuerdo que un poco avergonzados, con plena conciencia de nuestra culpa y una vez comprobado que no era más que un mortal como otro cualquiera capaz de caerse y perder la compostura a pesar de la ilustre vestimenta, fuimos abandonando la comitiva y volviendo a nuestros asuntos. Tampoco íbamos a bajar a las cuevas, allí tenían su propia cohorte.
Ilustración procedente de:
http://jovenesmayoresde40.blogspot.com/2008_02_01_archive.html
Si viviste de niño en los 60, los 70 o principio de los 80...
¿Cómo hiciste para sobrevivir?
Leerla, no tiene precio
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