CAMINOS IBEROS

viernes, 23 de octubre de 2009

Lecturas del verano (y 7)



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Guardianes del pasado, matronas del futuro
Vernor Vinge
Aprovechando el entorno del día internacional de las Bibliotecas iré metiendo esta semana unas cuantas entradas relacionadas. La primera podría ser este comentario del último libro del verano:
Al final del arco iris / Vernor Vinge
Ya quedó dicho que la ciencia ficción es un recurso inmejorable para decir claramente lo que se piensa en relación a las tendencias socioculturales, económicas, científicas, etc. y que solo por eso vale la pena dejarse caer por el género de vez en cuando. Vernor Vinge siempre aporta sorpresas: puntos de vista realmente novedosos e información de primera mano sobre el futuro tecnológico, aunque como contrapartida no es de lectura fácil. Me da pena el traductor, que tiene que verter al castellano palabras, giros y frases que apenas tienen representación posible en un inglés académico. No sé inglés pero siento que se escapan un puñado de matices por esa forma de escribir.
Bien: un flamante poeta, una vieja autoridad literaria tras ser victima del Alzheimer se recupera junto a otros muchos gracias a un nuevo tratamiento y tiene que ir poniéndose al día, recuperando el terreno perdido gracias a un programa de “recauchutado”; El viejo se ve abocado a un mundo donde se han generalizado los virus de diseño, en el que la informática lo domina todo y en el que la “realidad virtual” predomina sobre la física. La gente viste con prendas que son ordenadores a la carta y que permiten a cada uno presentarse como un avatar (del wikidiccionario: En foros y otros sitios de internet y similares, imagen seleccionada por cada usuario, que aparece junto a su nombre en cada una de sus intervenciones) . La realidad se ve también sustituida por lo virtual gracias a la presencia de cámaras y ordenadores por todos lados que fabrican como se tienen que ver las cosas. Por primera vez se produce la disponibiblidad universal de publicaciones previo pago de la factura digital correspondiente a la que todo el mundo está apuntado (como ahora la suma de móviles, TV e Internet). Todo ello se consigue mediante un programa de acceso universal denominado Epifanía. Dicha accesibilidad documental se construye gracias a programas de digitalización masiva de documentos, y el abuelete, que con el tratamiento ha perdido su facultad poética, bajo la promesa de poder volver a hacer arte, se moviliza contra uno de esos programas que actúa en una Biblioteca (BIBLIOTOMA) que a la vez destruyen el ejemplar físico. Veamos:
00:07:03 Equipo de Bibliotoma Activo: ¡ALÉJESE!
Al otro lado el ruido de sierra era todavía más intenso. Dio cincuenta pasos, dejando atrás cajas de plástico. «Datos rescatados», decían las etiquetas. Al fondo, detrás de una especie de elevadora con patas, había otra puerta abierta. Se encontraba en terreno conocido: estaba al fondo de la escalera de la biblioteca. Miró hacia arriba, a la espiral de escalones. Diminutos fragmentos blancos flotaban agitándose en el interior de la columna de luz central. ¿Copos de nieve? Uno le aterrizó en la mano: un fragmento de papel.
Y el estruendo de la sierra era todavía más intenso, y también se oía el sonido de una aspiradora gigantesca. Pero era el estruendo irregular de sierra el que retumbaba por la escalera y le ensordecía. Le resultaba familiar, pero no era precisamente un sonido de interior. Subió las escaleras, deteniéndose en cada rellano. El polvo y el ruido eran peores en el cuarto piso, etiquetado como «Sección PZ del catálogo». La puerta se abrió fácilmente. Más allá estarían los estantes. Todos los libros que pudiese desear, kilómetros de libros. La belleza de las ideas aguardando para atacarlo.
Pero no era una biblioteca como cualquier otra. El suelo estaba cubierto de lona blanca. El aire era una neblina de restos flotantes. Respiró profundamente, olió a brea de pino y a madera quemada... y tardó un rato en dejar de toser.
El brrap, dolorosamente intenso, provenía de cuatro pasillos a la derecha, cuyos estantes estaban vacíos, cubiertos de trozos de papel y mucho polvo.
Brrap. Contra toda lógica, a veces reconocer algo resulta difícil. Pero finalmente Robert recordó exactamente qué tenía que producir aquel rugido abrupto. Lo había oído unas cuantas veces a lo largo de su vida. Pero la máquina que lo causaba siempre estaba en el exterior.
¡Brrrap! ¡Una trituradora!
Más adelante todo eran estanterías vacías, esqueletos. Roben llegó al final de un pasillo y se acercó al ruido. El aire era una niebla de polvo de papel. En el cuarto pasillo, el espacio entre estanterías estaba ocupado por un tubo de tela. El gusano monstruoso estaba muy iluminado interiormente. Al otro extremo, a casi seis metros de distancia, se encontraba la mandíbula del gusano... la fuente del ruido. Indefinidas entre los remolinos de neblina Robert vio dos figuras vestidas de blanco con un rótulo en la espalda: «Rescate de datos Huertas.» Llevaban mascarilla con filtro y casco protector. Podrían haber sido obreros de la construcción. Aunque lo cierto era que el propósito actual de su presencia allí era la deconstrucción: primero uno y luego el otro iban sacando libros de los estantes y los lanzaban a las fauces de la trituradora. Las etiquetas de mantenimiento contenían frases asépticas sobre el horror: la boca voraz era un «desencuadernador personalizado NaviCloud». El túnel de tela que se extendía por detrás era un «túnel cámara». Robert hizo una mueca de espanto... y Epifanía aleatoriamente recompensó el gesto con una visión interior del monstruo: los fragmentos triturados de libros y revistas flotaban por el túnel como hojas en un tornado, dando vueltas y entrechocando. El tejido estaba recubierto interiormente por miles de cámaras diminutas. Los fragmentos se fotografiaban una y otra vez, desde todos los ángulos y en todas las orientaciones, hasta que finalmente la hoja arrancada acababa en un depósito, justo delante de Robert. Datos rescatados.
¡BRRRRRAP! El monstruo avanzó otro metro, dejando otro metro de estante vacío. Casi vacío. Robert se adelantó y con la mano atrapó algo del estante. No era polvo. Era media página, un resto de los miles de libros que ya habían acabado en el interior del equipo de «rescate de datos». Lo agitó en dirección a los operarios vestidos de blanco y gritó palabras que se perdieron en el fragor de la trituradora y los ventiladores del gusano.
Pero los dos alzaron la vista y le gritaron.
De no haber tenido el gusano reluciente interponiéndose en su camino, Robert se habría abalanzado contra la pareja. Todos se limitaron a hacerse gestos de impotencia...
Esta terrorífica visión se ve atemperada por una interesante contrapartida: la nieta del protagonista le hace ver que pida el libro que pida, lo tiene de inmediato disponible en su ordenador de retina, y más cosas...
Portada procedente de una entrada del periódico digital "El Mercurio"

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