... y los dioses sedentarios sustituían a las divinidades fluyentes, imprevisibles y cambiantes, de las tribus nómadas...
Félix de Azua. La necesidad y el deseo, en Sileno 14-15
Escuchó con atención las ondas. Apenas llegaban signos extraños, solo el ruido de fondo. No había enemigos a la vista. Lentamente, se despojó de la coraza, el yelmo, los visores,... de toda la absurda parafernalia que tenía que llevar encima. Quería sentir sin mecanismos interpuestos la placidez que derramaba aquel pedazo de tierra que a pesar de los años aún permanecía vivo. Una fresca hondonada orientada al norte, al abrigo del sol abrasador –y de cosas peores como los vientos cargados de radiación– con arbustos y árboles, con signos de vida animal y el leve sonido del agua de un escuálido arroyo. Puso sus manos en contacto con el humus. Tenía que sentir la energía vital acumulada en la hondonada, manifestar su conciencia, dejarse fluir. Necesitaba sentirse como lo que era: un ser vivo con lazos ancestrales. Finalmente, dejó caer todo su ser casi desnudo sobre el suelo con los brazos en cruz y los dedos extendidos. Un lento gemido desgarró su cuerpo, extendiéndose y tomando fuerza hasta llorar como solo saben hacerlo los adultos cuando están solos: desde dentro. Nunca supo cuanto tiempo estuvo así.
Antes de partir ordenó cuatro grandes piedras planas, una marca con un significado preciso dirigido a sus semejantes: alguien del género humano ha estado aquí. Respeta el lugar. Depositó en el interior de la rudimentaria hornacina la pulsera de señales, estropeada en la refriega de dos días antes, asegurándose de borrarlo todo hasta convertir el objeto en un simple adorno, una ofrenda.
No quiso entrar en el bosque por miedo a lo imprevisto. Desconectó los mecanismos de tracción y con sumo cuidado, a pie, con los sentidos concentrados en los múltiples avisos de los sensores, fue bordeando la hondonada por el escarpe. Llegó exhausto a la parte más alta del collado y se preparó para dejar pasar el tiempo en una oquedad rocosa hasta bien avanzada la noche, momento en el que podría buscar como sobrepasar la línea de cresta sin peligro, con todos los cibermecanismos desconectados.
La oscuridad amplió la presencia de la hondonada y sobrecogido, se durmió.
Foto tomada de: http://www.abelgalois.blogspot.com
Pasar por allí, se lo merece.
Me gusta mucho lo de "...hasta llorar como solo saben hacerlo los adultos cuando están solos:". Por cierto, buen enlace. Salu2
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