Es arriesgado definir un objeto poliédrico mirando
una de las perspectivas posibles
Palantir: “A la manera de Frank Herbert”
Como una novela / Daniel Pennac. – Barcelona: Anagrama, 1993.
Hay pocos libros que recomiende más calurosamente que este. Casi cualquiera lo puede disfrutar con provecho como si fuera una novela de las buenas, aunque no lo es y no todo el mundo vaciará sus posibilidades; en realidad estamos ante uno de los mejores manuales de animación a la lectura para personas adultas que conozco. También debería leerse como un “manual de estilo” para enseñantes, un ejercicio de heterodoxia y más cosas. En definitiva hay que leerlo, entenderlo e intentar poner en práctica alguna de las muchas alternativas que ofrece. La única pega que se me ocurre, bastante menor, por cierto, es que está escrita desde una perspectiva francófona, que no siempre es universalizable, con lo que obliga a quien desee embarcarse en el proceloso mar de la animación lectora a buscar en su propio bagaje y adaptar las iniciativas a nuestro ámbito cultural. Para ilustrar lo dicho basta un ejemplo: si para el autor la “enfermedad de transmisión textual”, consistente en confundir el mundo de lo leído con el mundo real, se denomina Bovarismo, en una línea paralela a lo que hace Harold Bloom con Shakespeare, podemos aportar un antecedente y una denominación propia que coincide literalmente con los síntomas: el quijotismo. Y no lo digo por responder a estos autores con la misma moneda un tanto chovinista. Quien mejor ha definido esta “enfermedad” es precisamente McLuhan en su Galaxia Gutemberg, quien emplea precisamente al Quijote para ilustrarla y definir sus síntomas porque en definitiva es Cervantes el que la inventa.
La obra termina ilustrando “los derechos del lector”, un decálogo de derechos a tener siempre presentes.
Aunque reproduzca un ambiente del siglo pasado, dado que los jóvenes ya no hacen el servicio militar obligatorio, valga este pequeño relato como botón de muestra de las propuesta de Pennac:
En el reparto matutino de tareas, el soldado Mariano X se presenta sistemáticamente como voluntario para la faena menos solicitada, la más ingrata, distribuida casi siempre a título de castigo y que atenta a la más alta honorabilidad: la infamante limpieza de letrinas.
– ¡¿Letrinas?!– Todas las mañanas. Con la misma sonrisa interior, Mariano X adelanta un paso y grita:
Con la gravedad última que precede al asalto, empuña la escoba de la que cuelga la bayeta, como si se tratara del banderín de la compañía y desaparece con gran alivio de la tropa. Es un valiente: nadie le sigue. El ejercito entero sigue emboscado en la trinchera de las faenas honorables.
Pasan las horas. Le creen perdido. Casi se han olvidado de él. Se olvidan. Reaparece, sin embargo, al final de la mañana, cuadrándose para el parte al Brigada de la Compañía:
El brigada recupera la bayeta y la escoba con una honda interrogación en los ojos que jamás llega a formular, obligado, quizás, por el respeto humano.
El soldado saluda, da la media vuelta y se retira, llevándose consigo su secreto. El secreto tiene un peso considerable dentro del bolsillo de su traje de faena: 1900 páginas del volumen que la editorial La Pleiade dedica a las obras completas de Nicolas Gógol... Cada mañana durante los dos meses de invierno, confortablemente sentado en la sala de los retretes cerrada con siete llaves, el soldado Mariano X vuela muy por encima de las contingencias militares.
Desde las nostálgicas “Veladas de Ucrania” a los desternillantes “Cuentos petersburgueses”, pasando por el terrible “Taras Bulba”, y el negro sarcasmo de “Las almas muertas”, sin olvidar el teatro y la correspondencia de Gógol, ese increíble Tartufo.
Porque Gógol es un Tartufo que hubiera inventado a Molière – cosa que el soldado Mariano X jamás habría entendido de haber dejado la limpieza de las letrinas para los demás -.
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